¿Habéis oído hablar de las etiquetas de eficiencia energética? Seguro que la gran mayoría, como poco, lo sabéis por los electrodomésticos. Esas pegatinas tan monas con una escala de colores que nos indica cuán eficiente es mi electrodoméstico. Y qué bien sienta cuando lo que adquirimos tiene un buen color verde y pone «A».

Pues tenemos buenas y malas noticias. La buena es que también existe para edificios. Podemos ir a alquilar o comprar una vivienda y ver que tiene su certificado energético. Para las personas que pensamos en consumir coherentemente con las necesidades de nuestro planeta, saber lo que adquirimos, es una gran noticia. ¿La mala? Muy probablemente no vas a llevarte la alegría de encontrarte una «A». De hecho, con el parque inmobiliario que tenemos, no aspires ni al aprobado (haciendo referencia al sistema de notas anglosajón que utiliza letras en vez de numeración del 1 al 10).

Pero, ¿qué nos indican estas calificaciones? En la etiqueta podemos ver bastante información: la dirección de la vivienda, el año de construcción o la normativa que se aplicó cuando se construyó, entre otras cosas. Pero lo que realmente nos interesa como consumidores, son las dos escalas de «Consumo de energía»  y «Emisiones». Estas dos escalas se miden desde la A a la G –siendo A la más eficiente y G la menos. El «Consumo de energía» se mide en kWh/m2 y hace referencia a la energía de fuentes no renovables. Las «Emisiones» se miden en kg de CO2 equivalente. Equivalente porque no todas las emisiones son de dióxido de carbono. Hay otros gases que calientan el planeta que también se emiten a la atmósfera cuando se queman combustibles fósiles. Pero, por facilitar las mediciones, se ha estandarizado a una sola unidad equivalentes en kg de CO2.

 

 

Nótese que las dos escalas no tienen porqué obtener la misma letra. A igualdad de demanda, no es lo mismo un edificio que se calienta con carbón que con gas. El primero emite un 80% más que el segundo y por lo tanto obtendrá peor calificación en cuanto a emisiones.

Seguramente, muchas de las personas que estéis leyendo este artículo no viváis en un edificio o vivienda con calificación de eficiencia energética. Es normal. No es obligatorio salvo en algunos casos. Pero seguramente muchos os preguntaréis cómo de eficiente es. Y aquí volvemos a la mala noticia anterior: con gran probabilidad sea muy mala. Esto se debe a que el parque inmobiliario español fue construido, en su gran mayoría, antes de que se regulara y se exigieran condiciones de verdadera eficiencia energética. Se estima que en torno al 90% del parque inmobiliario español es ineficiente.

Un repaso a la historia de las políticas de construcción de España nos muestra que en grandes periodos de construcción primaron los bajos costes frente a la eficiencia energética. La Ley de Casas Baratas de 1921, la Ley de Viviendas Protegidas de 1939 o Ley de viviendas para Clase Media de 1944, regularon más en función del estatus de la casa o los costes que por su ubicación. Así, por ejemplo, clasificaba las exigencias térmicas en función de sí la casa iba a ser de primera categoría (para clases altas) o de segunda categoría (para clases bajas) en vez del clima (no es lo mismo calentar una casa en un clima seco elevado que en un clima suavizado por el mar).

Avanzando en el tiempo, llegamos a finales de los 70 cuando por fin empieza a considerarse el aislamiento en función de la zona climática. Aunque, comparando con los requisitos de hoy en día, podemos asegurar que los elementos constructivos medios de finales del siglo XX tenían mucho, pero mucho, margen de mejora.

Por poner un ejemplo, vamos a contrastar las propiedades de diferentes muros exteriores tipo. Y para ello, vamos a hablar de «transmitancia térmica». La transmitancia térmica es la capacidad que tienen los materiales para trasmitir el calor. O dicho de otra manera, cuánto menor transmitancia térmica tenga un muro, mejor aislará.

Si miramos en el Código Técnico de la Edificación, en vigor desde el 2006 y actualizado en 2019, el muro exterior de un edificio en, digamos, Soria, debería tener una transmitancia térmica de 0,41 W/m2ºC  o menor.

En las viviendas construidas más deficientemente (en términos energéticos) podemos encontrarnos con muros exteriores que simplemente constan de ladrillo macizo y sus revestimientos. En un buen caso estaríamos hablando de transmitancias de 2 W/m2ºC. Es decir, cinco veces por encima de lo exigido en la actual legislación.

A partir de 1979 entra en vigor la Norma Básica de Edificación, la NBE. Por primera vez incorpora exigencias de eficiencia energética en los edificios. Establece la obligación de introducir aislamiento térmico, aunque este era muy delgado. Así, la transmitancia térmica que exigía en un muro era de 1,2 W/m2ºC. Tres veces más que la actual normativa.

 

 

Con todo ello, volvemos a la calificación de nuestro edificio. Estamos viendo este ejemplo solo con los muros exteriores y se hacen notorias las deficiencias. Imaginaros si a esto añadimos que hay otros elementos constructivos que pierden todavía más calor (como los vidrios, marcos o cajas de persianas en los que no vamos a entrar en este artículo). Entonces, ¿cómo vamos a obtener una buena calificación?

Por desgracia, a día de hoy, si vivimos en edificios construidos antes del 2006 y no hemos rehabilitado nuestro edificio, es muy probable que saquemos muy mala calificación energética. Estamos hablando de obtener, siendo optimistas, una calificación «F».

Se hace todavía más sangrante si tenemos en consideración que los edificios residenciales y terciarios son los mayores consumidores de energía final. Estamos viviendo en edificios que parecen sacos rotos. Introducimos energía que se nos escapa por todos lados. Y, aunque desde las instituciones ya se están incentivando la rehabilitación de edificios, no es suficiente.

La Agencia Internacional de Energía estima que, para alcanzar los objetivos climáticos de París, el ritmo de rehabilitación de las viviendas debería de ser de un 2,5% por año. Eso, en España, considerando solo las viviendas principales, se traduce en que deberíamos rehabilitar más de 400.000 viviendas anualmente.

Pero miremos el último plan del Gobierno para la rehabilitación de la edificación. Sí, es un plan ambicioso y con mucho presupuesto. Hagamos un paréntesis para explicarlo:

Gracias a que la UE ha puesto el foco en la eficiencia térmica de los edificios, contaremos con un presupuesto de 403,5 millones de euros para esta empresa. El mínimo exigido para ser subvencionado será obtener un ahorro energético del 30% o más. A mayor porcentaje de ahorro, más subvención se obtendrá pudiendo alcanzar ayudas de entre el 40% y 80% de la obra. Eso sí, considerando que el presupuesto de las reformas no superen cierta cantidad económica. En algunos supuestos –que aparecen en el Real Decreto que regula estas normas– podría aumentarse ese porcentaje subvencionable.

Gestionadas por las Comunidades Autónomas y las ciudades de Ceuta y Melilla, será requisito para acceder a estas subvenciones presentar –y pagar– la licencia para realizar la actuación y el certificado de eficiencia energética del edificio antes de la rehabilitación. A partir de ahí se facilitará el acceso a la financiación. Pero, no al 100%. El último 20% de la cuantía se recibirá una vez que se haya demostrado que se ha finalizado la obra y se presente la nueva certificación energética.

Pero, volviendo a los cálculos: las estimaciones del Gobierno son de abarcar 500.000 reformas energéticas hasta el 2026. Esto se queda muy por debajo de las cifras que las estimaciones científicas recomiendan.

Así que, con este panorama en el que se mezcla la crisis climática con una tardía voluntad política –procedente sobre todo de la Unión Europea. ¿Conseguiremos aprobar esta carrera?

Darío Montes