Además del fin de la pandemia, hay unas cuantas cosas que esperamos que ocurran en el próximo año 2022… y en los siguientes. Con la transición ecológica cogiendo impulso, nuestra vida cotidiana podría verse afectada por políticas emergentes como estas:
La reconstrucción del ferrocarril
¿Qué país podría permitirse tirar 8.000 kilómetros de vías de ferrocarril a la basura? Respuesta: España, entre 1970 y 2020 aproximadamente. En ese medio siglo, miles de kilómetros de trazado ferroviario, tan costoso de construir, se abandonaron. Buena parte se convirtieron en vías verdes, bellos senderos para hacer cicloturismo y a los que se llega en coche. El proceso sigue actualmente, con cierre de líneas y abandono de otras hasta que su funcionamiento se hace penoso. Todo esto cuando la UE, oficialmente, eleva el ferrocarril a los altares como el medio de transporte de larga y media distancia más sostenible. Una iniciativa de cooperativa ferroviaria en Francia (donde pasó algo parecido al caso español) muestra que no todo está perdido.
La regeneración de la ciudad
En lugar de urbanismos utópicos empezando de cero, cada vez más arquitectos, urbanistas y similares se están dedicando a buscar la manera de reparar, mejorar y sanar la ciudad que ya tenemos. Por ejemplo, trazando zonas de bajas emisiones (tráfico restringido) en su casco urbano, una medida que debe entrar en vigor en todas las ciudades españolas de más de 50.000 habitantes en los próximos años. Pero no se trata solamente de trazar recintos protegidos de la contaminación, algo así como parques naturales urbanos. Se pueden hacer un número enorme de cosas para mejorar la salud de nuestras ciudades, siguiendo el enfoque de la OMS “One Health” por una sola salud, la nuestra y la del planeta, estrechamente interconectadas. También mejorar los espacios y equipamientos públicos (siguiendo el concepto de Georges Monbiot, “lujo público, sobriedad privada”) o igualar el tiempo de espera en los semáforos para vehículos y peatones.
El muy lento adiós de los combustibles fósiles
No hay marcha atrás, a partir del 1 de enero de 2022 las calderas de calefacción alimentadas con carbón que queden en la ciudad de Madrid serán multadas. Parece ser que quedan algo más un centenar. El programa para erradicar este combustible completamente antiurbano de la capital ha durado unos 35 años. El carbón ya casi no se usa en las casas ni en la industria, y pronto no se usará para fabricar electricidad. Muy diferente es el caso del petróleo, que se sigue quemando por decenas de millones de toneladas, principalmente en los vehículos de motor de combustión que circulan por nuestras calles y llevan a los aficionados a las estaciones de esquí, en las que el cambio climático provocado por la quema de combustibles fósiles reduce año tras año la nieve disponible. El gas natural tiene un estatus especial, es una energía fósil que aspira a integrarse en el modelo renovable que se avecina. Podemos disfrutar del gas natural de manera indirecta (produce una parte sustancial de la electricidad que llega a nuestras casas) o directa, si tenemos cocina, agua caliente o electricidad alimentados con este combustible. 2050 es la fecha límite para dejar de quemar combustibles fósiles, pero la industria está planeando seguir usándolos trasmutándolos hábilmente en hidrógeno.
La economía circular al alcance de todos
Lejos de ser un concepto vacío, la economía circular está empezando a funcionar y a hacerlo en aspectos que tocan de cerca nuestra vida cotidiana. Podemos verlo en las pajitas de papel que se usan en el bar de la esquina y en las bolsas del mismo material que nos dan en algunos supermercados. Pero no todo es sustituir el plástico efímero por otros materiales no petrolíferos. Hay una serie de leyes y normas a punto de aparecer, sobre residuos y suelos contaminados, para prevenir el desperdicio alimentario, sobre aumento de plazos de garantía y disponibilidad de piezas de repuesto, etc. En conjunto, se pretende aumentar la tasa de reciclaje, establecer sistemas de devolución y retorno de envases, reducir la producción de envases plásticos efímeros, minimizar el desperdicio de alimentos y parar los pies a la obsolescencia programada. Lo iremos viendo cuando compremos una botella de agua o un electrodoméstico, acudamos al mercado o usemos un cargador universal (por fin) para todos nuestros aparatos electrónicos.
El retorno de la autosuficiencia energética
Una serie de tecnologías (edificios y habitaciones de consumo casi nulo, paneles fotovoltaicos de alta eficiencia, baterías de gran capacidad a precio accesible, etc.), de episodios –como la brusca subida del precio de la electricidad estos últimos meses– y simplemente de temores más o menos conspiranoicos (es decir, el Gran Apagón), están popularizando como nunca la idea de la autosuficiencia energética. La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia ha comunicado que se espera un rápido crecimiento de las instalaciones de autoconsumo en el año 2022, con respecto al año precedente. Las comunidades energéticas, asociaciones de consumidores de energía que se unen para generar su propia energía, se abren camino entre una maraña legal, pero su número crece sin cesar. Cada vez más particulares o comunidades de vecinos ven rentable y razonable instalar placas solares en el tejado o la azotea. Si lo que se busca es autosuficiencia completa, se ofertan instalaciones capaces de proporcionar 6 kWh al día por unos 2.000 euros. Todo esto sin contar las personas afortunadas que disponen de un hogar que pueden alimentar con leña extraída de algún bosque cercano, que es la autosuficiencia energética de toda la vida.
El transporte a granel
Es lo mismo que cuando compramos media docena de tornillos en una ferretería. Nos los envuelven en un trozo pequeño de papel y nos los llevamos. Cosa muy distinta es la experiencia de comprar tornillos en una tienda de bricolaje: nos llevamos a casa 25 unidades artísticamente empaquetadas en un blíster de plástico, con su colgador y todo. Los 19 tornillos que no necesitamos terminarán en la basura. Con el transporte pasa algo parecido, pero eso está cambiando. Muchas empresas están viendo que no les sale a cuenta usar furgonetas grandes para hacer repartos que se pueden hacer mejor en triciclos eléctricos. Algunos ciudadanos están descubriendo que viajan mejor y más barato en bicicleta o patinete, sin necesidad de sacar el coche. Proliferan iniciativas de transporte flexible o a granel: en lugar de funcionar con un autocar de 45 plazas y una frecuencia de tres veces a la semana, se pueden usar minibuses u otros vehículos en un esquema de transporte frecuente a la demanda (DRT, demand responsive transportation). Eso sin contar los coches eléctricos compartidos de transporte urbano.
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