Como todos los años, la boina de contaminación se espesa sobre la ciudad de Madrid, y lo mismo ocurre en muchas otras ciudades. Ocurre que el tiempo frío y sin viento hace que las partículas contaminantes queden atrapadas a baja altura, y el aire se ensucia cada vez más hasta que llegue la borrasca que lo limpie todo. Como medida de emergencia se plantean restricciones al tráfico privado, prohibición de aparcar, reducción de la velocidad, etc. Estas medidas son evidentemente un parche, no solucionan nada, solamente palían un poco el problema. ¿Qué podemos hacer? La mayor parte de la gente no usa el coche por capricho. Pero podría no usarlo y vivir mejor. Vamos a verlo con un ejemplo: el transporte de los escolares al colegio.
«¿De qué otra manera llevamos a nuestros hijos?» responde a una madre a un periodista que investiga los atascos que se crean a la puerta de los colegios. Estos atascos hacen que los ciudadanos que usan el autobús lleguen tarde a su trabajo, a no ser que se levanten de la cama media hora antes.
La verdad es que hay unas cuantas maneras más de llevar a los niños al colegio, conocidas desde tiempo inmemorial.
La mejor de ellas consiste en entregar al niño una cartera con libros y un bocadillo y dejar que vaya caminando al colegio. La dispersión de los colegios públicos asegura que siempre habrá alguno a una distancia razonable del domicilio del escolar. Esta práctica saludable se ha perdido de tal manera que ya hay hasta un movimiento internacional de ir caminando al colegio, y a ser posible en grupos y por itinerarios señalizados, lo que aumenta la seguridad de los alumnos. La iniciativa “Camino Escolar Seguro” proporciona información sobre cómo hacerlo.
Si el colegio está demasiado lejos para que el escolar vaya caminando también hay una solución sencilla, y consiste en que cada centro educativo establezca las rutas de autobús necesarias para recoger a todo su alumnado. Existen muchas rutas de este tipo funcionando. Es un buen ejemplo de cómo conjugar la libertad de llevar a los niños al colegio que deseen los padres con la libertad de movilidad del resto de los ciudadanos, aunque en general la mejor opción es que vayan andando al colegio de su barrio. La medida se recogió (aplicada a las empresas) en la malograda ley de movilidad sostenible.
¿Qué pasó con las rutas de empresa? Hace unos 20 años, las rutas entraron en un círculo vicioso. Cada vez más empleados tenían coche propio y lo usaban para ir a trabajar, con lo que las rutas se hicieron cada vez menos densas y menos frecuentes, y por lo tanto menos cómodas. Eso lanzó a más gente a usar su coche, hasta que las últimas rutas desaparecieron. El resultado final es desolador: muchos más accidentes de camino al trabajo (que la ley considera como accidentes de trabajo), mucha más contaminación, atascos y ruido. La malograda Ley de Movilidad Sostenible pretendía hacer obligatorias las rutas de empresa para entidades por encima de determinado número de empleados y de cierta distancia al centro de la ciudad.
La destrucción de las rutas de empresa corrió pareja con la erosión del transporte público. Casi todo el mundo, si puede elegir, elige el coche privado para ir a trabajar en lugar que un transporte público que se ve como más lento y más incómodo. Si el transporte público mejorara sus frecuencias y su densidad y no solamente incluyera autobuses y metro, sino sistemas de coche público eléctrico (en Madrid ya hay tres organizaciones: Car2Go, Emov y Zity, con casi 2.000 vehículos), bicicleta municipal y otros de ese estilo, podríamos dar una alternativa muy buena al actual sistema de coche privado en masa.
Una cuestión importante es de dónde vamos a sacar el dinero para crear esta alternativa de transporte público y sistemas complementarios de coche público. Evidentemente de los que todavía usan el coche cotidianamente, que tendrán que pagar una tasa por circular por la ciudad, es decir, por ocupar un espacio público y contaminarlo. Es una manera de reequilibrar la balanza en favor de los sufridos peatones, ciclistas y usuarios del metro y el autobús.
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