Fotografía: Eric Muhr en Unsplash
Ahora mismo, no hace falta que nos pongamos estupendos para decir que la humanidad se enfrenta a dos crisis de gran calibre, una lenta y progresiva, la gran emergencia climática o ambiental y otra veloz y letal, la pandemia del covid-19. Y aquí es donde entra la palabra de moda, resiliencia. Que significa simplemente que, en lugar de sufrir pérdidas catastróficas, salgamos relativamente bien librados, que podamos enfrentar las contingencias con un sistema lo bastante flexible como para poder adaptarse a los cambios necesarios sin colapsar. El concepto de resiliencia tiene una parte personal y social. No solo es adaptarse, en sentido literal, es también evolucionar, encontrar nuevos equilibrios. Hasta aquí la teoría, ¿cómo sería la práctica? Vamos a ver algunos ejemplos de resiliencia sostenible, empezando por la clásica fábrica local de gaseosas y refrescos.
La tecnología necesaria para fabricar cerveza, gaseosas y refrescos es sencilla. Es fácil por lo tanto crear circuitos locales de abastecimiento de estos importantes productos, con recuperación y reutilización de envases. Es solo un ejemplo del valor de los circuitos locales de producción y consumo, que reducen la huella de carbono y fomentan el empleo local. Si cada edificio pudiera autoabastecerse de energía, el sistema energético sería casi invulnerable a las contingencias. El sistema actual depende en gran medida de unas pocas grandes centrales que abastecen a millones de consumidores (hay siete centrales nucleares en España que producen aproximadamente el 20% de la electricidad). Como se demostró en Chernobyl y Fukushima, no es un sistema resiliente.
La economía circular es otro buen ejemplo de sistema resiliente. Como se demostró dramáticamente hace unas semanas en el vertedero de Zaldibar, la economía lineal es propensa al desastre, al crear acumulaciones de residuos, que nadie sabe cómo gestionar, al final de la cadena de producción y residuos. La economía circular funciona en miles de circuitos entrelazados de producción, consumo, recuperación y reciclaje, mucho menos propensos al desastre, mucho más resistentes a cualquier contingencia. La economía circular no es ninguna entelequia: nuestros abuelos la practicaban continuamente cuando “devolvían los cascos” en la tienda. Y no es solo cuestión de tecnología. Es imposible alcanzar la economía circular con una dependencia tan grande, como la que tiene nuestra sociedad, hacia un tipo de desarrollo tecnológico que trae consigo una obsolescencia programada tan dura como la que vivimos actualmente.
Un inciso con perdón de los economistas diplomados: la economía actual parece incapaz de funcionar si no es lanzada a toda máquina. Cualquier parón o ralentización, aunque sea de unas pocas semanas, equivale a la catástrofe social. Eso es muy poco o nada resiliente. Los sistemas naturales están diseñados para funcionar a varias velocidades, desde la actividad frenética a la calma casi total. ¿Podríamos imaginar una economía capaz de hacer algo parecido?
Hay muchas ideas bullendo por ahí para conseguir una sociedad más resiliente. Autoabastecimiento de alimentos a escala regional, reservando la autopista mundial de alimentos a casos concretos en que salga a cuenta. En lugar de enormes extensiones de monocultivos, paisaje de grano fino, recuperando los setos que separan los campos. Ciudades funcionando en red. Nuevas tecnologías de la información y la comunicación, aplicadas al funcionamiento urbano en modo circular. Electrificación en red hiperdistribuida. Ciudades peatonales densamente entreveradas de espacios verdes. Captadores de energía en las azoteas de edificios urbanos. Gobierno mundial: agencias mundiales especializadas cuyas decisiones podrían aplicarse a escala planetaria, como se hizo con la campaña de erradicación de la viruela de 1966-1980. Drones, impresoras 3D, tal vez teletrabajo. Transporte público de muy buena calidad. Nuevas reglas en el mercado para alejar el dinero de la especulación financiera. Eliminación de tóxicos en el ambiente… y una cultura de resiliencia consciente de que la contingencia, lo inesperado, es justamente lo que debemos esperar.
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