El turista es una persona que viaja por placer, lo cual era algo inaudito e incluso estaba mal visto hasta hace un siglo aproximadamente. Littré, en su diccionario de 1873, dice que “turista es el que recorre un país extranjero motivado solamente por la curiosidad y el ocio (désoeuvrement)”, lo que sonaba algo despectivo. El Grand Tour, de donde vino el término tourism, era el viaje de estudios de muchos meses que hacían los hijos de familias nobles inglesas por Europa, con especial fijación por Italia, a finales del siglo XVIII y comienzos del siguiente. Se suponía que debían regresar con varios álbumes cargados con vistas artísticas y pintorescas de los países que habían visitado, a ser posible realizadas a la acuarela.
Terminada esta digresión erudita, volvemos a julio de 2020, en mitad de la terrible pandemia Covid-19. Con el tiempo, la motivación de conocer y estudiar un país extranjero se redujo mucho y el placer puro y duro la sustituyó.
De las vistas en colores del Vesubio se pasó al turismo de borrachera de Magaluf y al balconing, un tipo de turismo que se puede hacer en cualquier lugar del mundo en el que haya bebidas alcohólicas baratas. Si preguntabas a cualquiera de las participantes de los miles de despedidas de soltera que se hacían en Madrid en 2019, ¿sabes en qué ciudad estás?, la mayoría no sabían qué responder. Por lo que a ellas respecta, lo mismo podían estar en Moscú que en Kuala Lumpur.
Este es un caso límite del turismo destructivo, que anega las ciudades, multiplica los precios de la vivienda y las convierte en decorados vacíos que recorren las hordas (término despectivo) de turistas en busca de placeres groseros. (Esta es una exageración. Muchos turistas saben exactamente dónde se encuentran, y tienen un sincero interés por la cultura local).
Parece ser que, en general, la economía se va desperezando lentamente, pero el turismo no lo está haciendo. Los índices de ocupación hotelera están entre el 1 y el 5% y muchos hoteles están cerrados. Algunas personas que clamaron contra la usurpación de su ciudad por las riadas de turistas ahora escuchan el eco de sus pasos en calles vacías, con muchos cierres metálicos bajados.
Ahora, julio de 2020, sencillamente el turismo ha desaparecido. La Organización Mundial del Turismo (OMT) calcula un frenazo a lo largo de 2020 que podría llegar al 80% de la actividad habitual. Y, como suele suceder, nos hemos dado cuenta de que todos estamos perdiendo algo, y no solamente los propietarios de hoteles y apartamentos turísticos.
El mundo sería un lugar peor si no existiera el turismo. Que tanta gente pueda viajar a otros países lejanos regularmente es bueno para la salud, para la economía y… no está tan claro que lo sea para la sociedad receptora de visitantes y para el medio ambiente en general. Pero puede serlo, gracias al concepto clave: turismo sostenible. El turismo sostenible está plenamente alineado con los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030. En este folleto de la OMT hay información más detallada. En España existe una Estrategia de Turismo Sostenible 2030, actualizada hace unos días y que tiene en cuenta el impacto del Covid. Hay muchas iniciativas en marcha, como la Red de Destinos Inteligentes o TurismoReset.
Muchos otros sectores están saliendo mal que bien de la terrible paralización económica causada por la pandemia. En general la idea es volver al business as usual, y algunos sectores lo tienen mejor que otros. Los plásticos y los coches, por ejemplo, “demonizados” antes de la pandemia, proclaman su nueva utilidad como barrera y transporte seguro para evitar la propagación del virus. Pero el turismo consiste en mover y reunir gente a largas distancias, justo lo que no hay que hacer en una pandemia. Aquí, más que oportunidad, hay necesidad de cambiar el modelo, pasando de un turismo arrollador a un turismo sostenible. Espigando aquí y allá, se pueden ver algunas ideas.
Huir del low cost es una de ellas. El low cost es una plaga en cualquier sector económico, desde la carne al turismo. Consiste en producir bienes y servicios de muy baja calidad obtenidos con un tremendo impacto ambiental, y venderlos a precios (supuestamente) muy bajos. El low cost turístico ha envilecido amplias zonas, haciendo imposible la convivencia entre turistas y locales, como se vio ayer en Magaluf.
Dentro de un turismo con precios justos y accesibles, otra idea que va cogiendo forma es limitar de alguna manera la anegación turística inmobiliaria del centro de las ciudades, que está disparando los precios de la vivienda y vaciando de vecinos extensas zonas. En esta línea, conservar una proporción razonable entre turistas y locales es algo que se plantea en muchos lugares. Así como experiencias de inmersión turística como ‘like a local’ (como un vecino), en que te metes de lleno en una cultura extraña.
En otra línea, muchos países turísticos quieren ampliar su lista de atractivos, que termina a veces convertida en media docena de lugares que hay que visitar sí o sí, mientras el resto es completamente desconocido.
Tal vez lo más importante sea replantear nuestro papel como turistas. No tenemos más remedio que hacernos con una buena caja de acuarelas, algunos álbumes de viaje y recrear la experiencia del Grand Tour, ahora más breve y accesible a mucha más gente, pero con el mismo espíritu de aprender y curiosear la vida y costumbres de un país extraño, sin contaminar ni estropear nada. Esa es la grandeza del turismo, que ahora enfrenta su crisis más importante en muchas décadas.
Fotografía: Semina Psichogiopoulou en Unsplash
Más información:
Un llamamiento de la OMT: reiniciar el turismo con responsabilidad
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