Después de la COP 21 de París y las solemnes firmas de los compromisos correspondientes por los países signatarios –incluyendo los mayores emisores mundiales, China y los Estados Unidos– por primera vez en la historia todo el mundo está oficialmente de acuerdo: hay que descarbonizar el mundo, hay que pasar de una economía basada en quemar combustibles fósiles a otro basado en las energías renovables y la eficiencia energética, bajo o nulo emisor de CO2.
Hasta aquí todo bien, pero ahora empiezan los problemas. El principal es que es bastante fácil reducir paulatinamente la huella de carbono de una organización o producto, mediante mejoras parciales del rendimiento y modificaciones puntuales de los procedimientos. Pero, ¿cómo podremos conseguir las reducciones drásticas, del orden de un 90%, que necesitamos?
Hay sectores económicos más fáciles que otros para la descarbonización. El sector residencial, por ejemplo, podría reducir su huella de carbono en un 50% con medidas sencillas y no muy caras de mejora de la eficiencia energética y de uso de energías renovables. En realidad, muchos edificios pueden convertirse a “energía cero” o “casi nula” con un coste asumible. Pero el transporte, hoy por hoy, es petrolero casi al 100% si se descuenta el ferrocarril eléctrico. Aquí no valen medidas parciales que se van sumando, es necesario un cambio total de vida y cultura. Por ejemplo, pasar de un sistema basado en coches privados de motor térmico en propiedad a otro de coches eléctricos públicos.
Entre sectores relativamente “fáciles” como el residencial y otros muchos más duros de roer como el transporte hay un amplio catálogo de cambios por hacer. Cambios de materiales, de tecnologías, de procedimientos, de políticas, de leyes y sobre todo de cultura. Recientemente, el estado de California ha aprobado por ley una reducción del 40% de la emisión de GEI para 2030 sobre niveles de 1990. Los legisladores han hablado mucho de vehículos, pero también de carne y leche: la dieta carnívora es uno de los mayores contribuyentes a las emisiones de GEI.
Es relativamente fácil calcular la reducción de emisión de CO2 si cambiamos un coche de gasolina por un eléctrico. Pero la cosa se complica si queremos calcular las ventajas para el clima de comer más verduras y menos carne. Recuérdese el caso de los biocombustibles a base de maíz cultivado a su vez a base de tractores de gasolina. Los estudios mostraron al final un balance de CO2 desastroso de lo que parecía en principio una buena idea. Hay más ejemplos de buenas ideas en apariencia con un mal resultado ambiental, por falta de una evaluación correcta previa de la huella de carbono de la iniciativa que nos permita saber si hay luz verde o roja para seguir adelante.
La puesta a punto de “semáforos de CO2” es pues fundamental. Deberían tener la misma difusión pública que el IPC o el Euribor. Deberían servir para implicar a la gente en la lucha contra el cambio climático, pues la huella de carbono general es la suma de muchas huellas de carbono particulares.
La Fundación Vida Sostenible te ofrece el curso online de medición de la huella de carbono. Para saber nuestra posición en el camino hacia un mundo más sostenible.
Jesús Alonso Millán
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