Rebobinar una cinta de casete con ayuda de un bolígrafo BIC era una habilidad muy practicada en tiempos remotos. Fotografía: Namroud Gorguis en Unsplash
Un estilo de vida sostenible se asocia con imágenes como la de un hipster montado en su bicicleta, consultando una app en su smartphone que le indique el establecimiento más próximo donde pueda comer unas albóndigas veganas. Algo de eso hay. La “vida eco” es un producto modernoso, que a veces sus defensores ven difícil de explicar a la generación de sus padres, personas de entre 40 y 60 años que no entienden todas esas zarandajas de coches eléctricos, reciclar, rechazar el plástico, comer menos carne, etc.
Un público más receptivo está en generaciones anteriores, personas de más de 80 años que se parten el pecho cuando les hablan de dietas bajas en carne, de reciclarlo todo o de moverse caminando o en bicicleta. Ellos han conocido todo eso, y no como actividades de moda, sino como estricta necesidad. Estas personas han ejercido habilidades que nos vendrían muy bien ahora para poner en práctica un estilo de vida sostenible. Por ejemplo:
La compra inteligente
Nuestra sociedad practica la compra automática. No es que no le demos muchas vueltas al precio de las cosas y a su hipotética calidad, sino que nunca nos hacemos la pregunta crucial ¿de verdad lo necesito? El resultado final es que los hogares se llenan de objetos bastante absurdos que en conjunto suponen gastar mucho dinero. Por ejemplo: exprimenaranjas eléctricos. Gastar dinero en la compra automática nos quita recursos para fundirnos la pasta en lo que realmente nos interesa. No se trata de criticar al bendito consumismo (que indica que tienes dinero para gastar) sino el hábito del consumo sin discernimiento.
Una variante es la compra atenta y cuidadosa de alimentos y artículos de primera necesidad, que se puede hacer muy bien en el mercado del barrio con ayuda de los prescriptores profesionales (los tenderos). No hay más que preguntar a todo quisque sobre calidades y orígenes de los alimentos que nos ofrecen. En los supermercados contamos con una ayuda moderna, las apps que leen etiquetado y códigos QR, que nos permiten saber lo que nos ofrecen.
Habilidades culinarias
Saber cocinar (algo que muchos varones de avanzada edad han tenido que aprender en épocas muy tardías de su vida, pues la cocina era tradicionalmente cosa de mujeres) es tal vez la eco-habilidad fundamental, pues nos permite procesar alimentos frescos a nuestro gusto y reducir así drásticamente la huella ecológica de nuestra comida.
El transporte activo
Si tenías que ir a algún sitio no más lejos de dos o tres kilómetros, simplemente te ponías en camino, un pie delante del otro. Si tenías la suerte de tener una bicicleta, la usabas para distancias de hasta 20 o 30 km. Si había transporte público y te venía bien, lo utilizabas (aunque solía ser de menor calidad que el actual). Poca gente tenía coche, y el transporte activo y el menú variado de movilidad era la norma.
Considerar la ropa un asunto muy serio
El estilo tradicional en relación con la compra de ropa y calzado consistía en sopesar con detenimiento la compra de una pieza de ropa o de un par de zapatos, teniendo muy en cuenta su durabilidad y su posible destino una vez cumplido su ciclo de vida. Esta chaqueta te puede durar diez años como poco y luego se la pasas a tu primo. O bien le pones coderas y te aguanta cinco años más. Este modelo primitivo de relación con la ropa está conociendo un revival de la mano del movimiento slow fashion, que preconiza prendas hechas para durar, ser tuneadas y tener una vida útil de décadas.
Mantener y organizar una despensa
Muy lejos del modelo actual de frigorífico grande en cuyas profundidades se pudren lentamente los alimentos que hemos olvidado que estaban allí (se suele notar por un leve hedor que aparece cada vez que abres la puerta), la despensa bien organizada implicaba un conocimiento detallado de las existencias de comida, de sus fechas de caducidad y de sus posibles salidas con destino a la cocina.
La cosmética casera
No se trataba de nada sofisticado, muchas mujeres sabían preparar afeites con cosas que tenían en la despensa: clara de huevo, aceite de oliva, limón, hortalizas, etc.
Pensar antes de tirar
Si no existía la compra automática, tampoco existía el “desechaje” automático. Antes de hacer pasar cualquier cosa a la categoría de basura, la gente se lo pensaba un rato. Desde luego, los frascos y botellas de cristal se podían lavar bien y reutilizar directamente, las latas grandes eran perfectas como tiestos, y los papeles se podían recortar y usar en muchos usos para limpieza y decoración. Otros pre-residuos le podían interesar a alguien, incluso restos de comida al propietario de un gallinero. Cordeles, gomas, trapos y así se guardaban por si acaso. Esta cautelosa actitud hacia la producción de residuos se está convirtiendo ahora en un serio objetivo, de la mano de la economía circular.
Reciclar, reparar, reutilizar
Ocurría lo mismo con el reciclaje, que no consistía como actualmente en depositar un artículo en su correspondiente contenedor, sino en transformar residuos en productos útiles. El mejor ejemplo es la fabricación de jabón casero a base de grasas usadas en la cocina, pero había otros en relación con la ropa y una activa reparación de toda clase de aparatos y objetos (un oficio ya desaparecido, el lañador, se especializaba en reparar vasijas de loza uniendo las piezas rotas con fuertes grapas).
¿Qué hay de la inteligencia ecológica?
Lo que se llama ahora inteligencia ecológica, el concepto acuñado por Daniel Goleman en 2008, la capacidad de apreciar los impactos ambientales de nuestro estilo de vida, ¿existía antes de la era del megaconsumo, o es un concepto estrictamente moderno? Desde luego era diferente de nuestra actual incomodidad cuando compramos un envase desechable o conducimos un coche contaminante.
Es probable que existiera, incluso en la gran ciudad, una conexión más directa con los ecosistemas que nos sustentan. La lluvia se apreciaba por su papel en los campos, más que en el turismo o en las actividades al aire libre, todo el mundo cuidaba aunque fuera un par de macetas y tenía algún animalillo a cargo. Pero era más importante la idea general de que derrochar no era buena cosa –tirar pan a la basura era algo inimaginable, por ejemplo– y de que el mundo era limitado en sus recursos, que debían aprovecharse y disfrutarse con habilidad y diligencia. Ahora que vivimos bastante mejor que ellos vivieron en su tiempo, ¿no podremos aprovechar este fondo de experiencia?
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