Las autopistas urbanas son vías anchas de tráfico rápido en mitad del casco urbano. Pueden llegar a soportar intensidades diarias de tráfico de 50.000 vehículos, que circulan una media de 60 km/h (si respetan el límite de velocidad, que no es siempre el caso). Eso quiere decir una media de un coche cada dos segundos, y el resultado es un estruendo continuo. Si tienes la desgracia de vivir al lado de una carretera urbana, prepárate para vivir sumergido en un mar de ruido constante, aderezado con densas concentraciones de contaminantes, como los óxidos de nitrógeno, monóxido de carbono, benceno, micropartículas, etc.
En Madrid tenemos un buen ejemplo de una gran autopista urbana situada en el centro exacto de la ciudad. Se trata de la Gran Vía (ha tenido muchos otros nombres antes), con sus seis carriles en total, tres en cada sentido, y un tráfico infernal. La Gran Vía se trazó hace algo más de un siglo y se terminó hace 70 años aproximadamente. La idea era trazar una hermosa y ancha avenida en lo que era un barrio de calles estrechas y tortuosas, siguiendo el ejemplo de París y sus grandes bulevares. La idea no era mala del todo, se construyeron impresionantes edificios a ambos lados de la calle, desde el Metrópolis (1911) al edificio España (1953).
Seguramente los promotores del proyecto pensaban más bien en un gran bulevar con tráfico pausado, un lugar para ver y ser visto entre hoteles, bares de postín y edificios modernistas. En 1911 había menos de cien coches matriculados en Madrid. En 2016 hay casi dos millones de coches matriculados en Madrid (Comunidad) y la gran calle de lujo se ha transformado en la principal conexión rápida de tráfico entre el este y el oeste de la ciudad. La Gran Vía es un eje estruendoso y contaminante en el que es imposible apreciar los hermosos edificios modernistas, ni pasear, ni hacer otra cosa que intentar cruzarla para perderse uno por calles algo más tranquilas.
Convertir una calle con pretensiones artísticas en una autopista urbana llevó algunos años, el proceso ya se había completado hacia 1970. Hoy, a comienzos del siglo XXI, el caso de la Gran Vía (y de tantas Grandes Vías que hay en las ciudades del mundo) se empieza a ver como una aberración. ¿Cómo hemos dejado que secuestraran así una calle tan potencialmente hermosa e interesante?
Los argumentos habituales dicen que no se puede cortar así como así una vía de tráfico tan intenso, “el gran eje transversal de comunicaciones de la ciudad”. Aquí entramos en un conflicto cultural de los gordos, el que hay entre los que consideran las calles como lugares para vivir y los que las consideran como carreteras. Ambos usos son incompatibles, hay que elegir. Las calles tienen que recibir tráfico de destino y de salida, y el tráfico de paso que eso conlleve (siempre a no más de 30 km/h), pero el concepto de autopistas urbanas, con aceras, edificios, bares y teatros a ambos lados de la calle, es irracional.
La ciudad debe estar planificada y organizada para los ciudadanos. Las necesidades de desplazamientos no deben estar protagonizadas únicamente por los coches. Éstos deben restringirse con mayor contundencia y deben implantarse soluciones multi modales que proporcionen mayores niveles de calidad de vida, reduzcan el impacto de la contaminación y mejores la salud.