Últimamente hay personas que se mosquean cuando oyen la palabra sostenibilidad. Sobre todo cuando escuchan el clásico mensaje que se puede caricaturizar así: “la catástrofe climática se acerca, así que tendrás que dejar de comer carne y de moverte en coche”. Este tipo de mensajes se pueden interpretar como amenazas directas a un estilo de vida duramente ganado, que nos pintan un panorama poco alentador de comer insectos e ir andando a todas partes. O de volver a la edad de piedra, o a la década de 1940. Los expertos alertan de que una minoría concienciada de tipo “BoBo” (bohemio-burgués) puede contrastar cada vez más con una mayoría crecientemente irritada.
Resulta que es justamente al revés: los estilos de vida sostenible son una valiosa herencia cultural, no una reciente moda pijo-progre. Por si no se lo creen, vamos a verlo con algunos ejemplos.
Como la costumbre de devolver el casco, o de caminar por la vía pública, cuando esta no estaba dividida rígidamente como hoy entre calzada para vehículos rápidos y acera para peatones vulnerables. Antes de la llegada de los envases desechables y de la entrega de la ciudad al coche (mediante la instalación de semáforos), son dos ejemplos de modelos de coexistencia y de funcionamiento en red, posteriormente rotos. Ahora devolver el envase vacío y recibir una pequeña cantidad a cambio se llama economía circular, y la vía pública compartida por vehículos y peatones “pacificación del tráfico”.
También la recuperación de tecnologías eficaces y probadas (pero ya dentro de otra dimensión tecnológica) como por ejemplo la bicicleta, transmutada en bicicleta eléctrica, o los coches utilitarios ultraligeros, con seguridad mejorada gracias a las nuevas tecnologías de conducción autónoma. Las tecnologías sostenibles básicas y de larga trayectoria (como los paneles solares térmicos) pueden aliarse con las nuevas tecnologías (como los edificios de consumo casi nulo) para proporcionar soluciones sostenibles de gran calidad.
Y hay más:
El interesante concepto de «lujo público y sobriedad privada», popularizado por George Monbiot. Un ejemplo extremo es el Museo del Prado de Madrid, una colección de obras de arte de valor literalmente incalculable al alcance de todo el mundo. Otros pueden ser los jardines públicos y, en general, los servicios públicos de calidad.
La puesta en valor de destrezas cotidianas (saberes). Saber cocinar, saber hacer reparaciones sencillas, manejarse con un poco de habilidad ante las pequeñas tareas de la vida. Rescatar conceptos como el de vida autosuficiente y/o vida resiliente.
Las experiencias de pasadas crisis son de gran utilidad: ¿cómo fueron erradicados los gases CFCs que destruían la capa de ozono polar, el fuel con azufre que contaminaba la atmósfera de las ciudades y la venenosa gasolina con plomo? Todo aquello se hizo y puede servir de plantilla para reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles, solucionando de paso la cuestión del cambio climático.
Los mensajes con impacto: campañas y difusión institucional o privada con mensajes que calaron de verdad, desde la campaña “bolsa caca”, al slogan “cuando un bosque se quema, algo suyo se quema”, o la labor de Félix Rodríguez de la Fuente, que convirtió de un plumazo, gracias a sus series de televisión, una naturaleza hostil poblada por alimañas en un valioso patrimonio natural.
Una vida más simple con menos artilugios, más tiempo libre… y menos gastos. Ocurre que una vez que se han implantado los aparatos que realmente mejoran la vida, como la lavadora y el frigorífico, llegan otros de utilidad menos clara (por ejemplo, el lavavajillas) y por fin una plétora de aparatos prescindibles (como la licuadora) que nos roban tiempo, nos hacen gastar dinero y en general nos complican la vida.
Gastar más en comida y en buena ropa y menos en transporte y en la casa. Se trata de re-equilibrar el presupuesto familiar. Tradicionalmente, el gasto en alimentación era el más importante de la economía doméstica, y cualquier subida del precio de los alimentos los apartaba automáticamente de la cesta de la compra. Hoy pagamos una fracción pequeña de nuestros ingresos en alimentos, lo que está muy bien (aunque a costa de ingresos pésimos para los productores), pero a cambio pagamos demasiado dinero en la casa (hipotecas, alquileres, energía) y en el transporte (principalmente en el coche). El enorme gasto inmobiliario y automovilístico no nos deja mucho margen para, por ejemplo, comprar alimentos de certificación ecológica.
La evolución de los estilos de vida desde el punto de vista de la sostenibilidad se puede visualizar como una sucesión de ondas. La alimentación mejoró paulatinamente a lo largo de la segunda mitad del siglo XX hasta que alcanzó un óptimo tal vez hacia 1980-90, cuando se consiguió un acceso general a los alimentos frescos de buena calidad. Posteriormente, se multiplican las señales de alarma (diabetes, obesidad infantil, etc.) ligadas a una proliferación de la comida chatarra que preocupa seriamente a las autoridades sanitarias. ¿Podemos aprender algo de este supuesto “óptimo alimentario”? Tal vez se pueda rastrear algo similar en la coevolución del transporte público y el uso del coche privado. O en la historia de la proliferación de las ecoetiquetas, que han pasado de muy pocas y semiocultas a demasiadas y presentes de manera omnipresente.
Tal vez podamos plantear óptimos de los estilos de vida sostenible, uniendo nuestra herencia cultural con las nuevas tecnologías y otros avances actuales (como dar personalidad jurídica a la naturaleza), de manera que obtengamos una solución sostenible para los problemas (alimentación, transporte, etc.), es decir generalizable a toda la humanidad a largo plazo, viable y agradable. Es el llamado paradigma de la ducha: tan insostenible es carecer de agua caliente como darte un baño de bañera todos los días. Se trata del concepto de vida sostenible como equiparable a una huella ecológica que se pueda generalizar a largo plazo a toda la humanidad.
Jesús Alonso Millán
Imagen: fragmento de la portada de enero de 1930 de El Duero y su cuenca, revista de la Confederación Hidrográfica del Duero.
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