Todos conocemos el refrán “año de nieves, año de bienes”. Pero hay muchos más que asocian la nieve y el frío invernal con el bienestar: “Heladas de enero, nieves de febrero, mollinas (lloviznas) de marzo, lluvias de abril, aires de mayo, sacan hermoso el año”, “Con nieve en enero, no hay año fulero (inútil)” o “Año de heladas, año de parvas (buenas cosechas)”.
En Madrid una nevada de 30 horas ininterrumpidas seguida por una ola de frío ártico está provocando un desastre considerable. Las calles se han convertido en pistas de patinaje, están cerrados muchos comercios, las autoridades recomiendan no salir de casa, hay pérdidas millonarias por averías en coches y edificios y lo más inesperado, decenas o cientos de miles de árboles rotos, con ramas gruesas arrancadas de cuajo por el peso de la nieve. El efecto de poda de una gran nevada sobre los árboles de un bosque es bien conocido, pues las ramas secas o enfermas ceden y se van al suelo, lo que contribuye a sanar a los árboles. Pero hablamos de arbolado urbano –también parques y jardines– y ahora mismo hay calles intransitables en la ciudad por la cantidad de ramas o árboles enteros caídos.
El delicado mecanismo de la gran ciudad se ha atascado de manera muy seria por las nieves y los hielos de enero, esos que el refranero pone por las nubes como indicadores de abundancia y riqueza. La verdad es que la predicción meteorológica funcionó a la perfección, pero algo que ocurre una o dos veces por siglo es difícil que pille a los ciudadanos o a la administración bien preparados. Después del caos de los primeros días, ahora solo cabe esperar que suba la temperatura y continúe la retirada del hielo donde se pueda (hielo que ya tiene la consistencia de roca sólida).
Algunas imágenes de la gran nevada y su efecto sobre los árboles, enviadas y compartidas por amigos y colaboradores (clic para ampliar).
El crucial sistema eléctrico está funcionando bien en general. El metro está salvando la situación del transporte urbano, por desgracia mediante aglomeraciones de pasajeros nada recomendables en plena pandemia. Todos vamos a conseguir lo más pronto posible una pala, un bastón alpino con punta metálica y unos crampones. Hemos aprendido la utilidad de unas buenas botas con suela de mucho dibujo. Donde no se han helado las cañerías, vemos la disponibilidad de agua caliente como un lujo asiático. Los que disfrutan de calefacción central aguantan mejor, los que no lo están pasando peor, con alguna estufa que apenas puede elevar la temperatura. Estamos viendo lo fundamental que es tener la casa bien aislada y con dobles ventanas.
Otra cosa que se está viendo es la necesidad de re-naturalizar la ciudad. La nieve que cae sobre las superficies duras que forman la mayor parte de la superficie urbana debe ser retirada o combatida a base de sal (que terminará contaminando los acuíferos) y si se convierte en hielo forma una placa muy dura y difícil de retirar, hasta que el deshielo se la lleve. La nieve caída en la tierra, por el contrario, se funde lentamente aportando agua a la vegetación. Con la lluvia pasa algo parecido, los pavimentos impermeables pueden causar riadas e inundaciones aguas abajo. Muchas ciudades se están planteando cambiar el asfalto por tierra vegetal, para mejorar la resiliencia urbana entre otras cosas. París va a transformar la avenida de los Campos Elíseos, actualmente una autopista urbana de ocho carriles, en un gran parque. Esta y otras cosas por hacer (incluyendo tener una pala y un piolet en cada casa) nos permitirán encarar la próxima nevada del siglo con más optimismo.
Jesús Alonso Millán
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