Después de la hipoteca, el coche en propiedad es el principal gasto de los ciudadanos. También es un método de control mental importante, los conductores no dejan de pensar en dónde aparcar, en si están superando los límites de velocidad, en que no les pille un radar, en pasar la ITV, en buscar la gasolinera más barata, en buscar el comparador de seguros más barato, en lavar el coche, en llevarlo al taller, etc. Así están distraídos y no molestan.
Un caso reciente de conductor que vendería a su madre para conseguir aparcar donde le da la gana ha salido a la luz. Parece ser que alguien estuvo usando una tarjeta falsificada de discapacitado para aparcar en las plazas destinadas a este colectivo en el centro de su ciudad, Pontevedra. Lo más curioso es que esta persona es actualmente concejal de su ciudad, un servidor público. Más curioso todavía es que, lejos de avergonzarse cuando le pilló la policía municipal aparcando donde no debía, pleiteó en los tribunales negando cualquier inmoralidad. Por una plaza de aparcamiento se hace lo que sea. Es otra muestra más de la loca cultura del coche en nuestro país.
Tenemos otro ejemplo en la ciudad de Soria, que con sus 40.000 habitantes se recorre entera a pie en un cuarto de hora, lo que indica que hay espacio de sobra para dejar el coche. Pues bien, si os acercáis a la ciudad de los doce linajes, veréis como los Stark y los Lannister locales han conspirado juntos para construir un estrambótico aparcamiento subterráneo en pleno centro de la ciudad –que se halla a unos diez minutos andando del más remoto de los barrios periféricos, insistimos–. El tal aparcamiento se manifiesta en la superficie con respiraderos de diseño y no es un éxito económico, según informa la prensa local. No podía ser de otra manera, teniendo en cuenta que cualquier persona propietaria de un coche tiene espacio de sobra para aparcar su coche a pocos minutos andando de su casa, etc. La verdad es que Soria necesitaba un aparcamiento subterráneo en pleno centro con la misma urgencia que una epidemia de tifus, pero la decisión no fue dictatorial, la gente votó y aprobó un nuevo templo para el sagrado coche.
Dejando las provincias, la capital está hecha un hervidero con esto del tráfico. Hoy mismo ha salido en la prensa la intención del gobierno municipal de Madrid de reducir la velocidad a 30 km/h en toda la almendra central de la ciudad, empezando por el distrito de Chamberí. Es una más de las muchos medidas que el ayuntamiento de la Ciudad Capital está poniendo en marcha para erradicar el coche de la ciudad y para que en su lugar que los ciudadanos usen movilidad jipi como el transporte público, bicicleta, caminar, etc. Los comentarios están en contra en proporción de 9 a 1, señalando el afán recaudatorio de la medida (?) y que es imposible ir a 30 por hora nada más, la ciudad se colapsaría (en realidad la velocidad media del tráfico en el centro de Madrid no supera los 20 km/h).
Esta furia leonina en defender sus derechos como conductores, que se resumen en circular a la velocidad que les dé la gana, donde les apetezca y cuando les parezca bien, y dejar el coche bien aparcado a los pies de la cama, contrasta con la dejadez de los españoles y españolas a la hora de defender otros derechos más importantes, o con el habitual desdén por quienes los defienden. Después de la hipoteca, el coche en propiedad es el principal gasto de los ciudadanos. También es un método de control mental importante, los conductores no dejan de pensar en dónde aparcar, en si están superando los límites de velocidad, en que no les pille un radar, en pasar la ITV, en buscar la gasolinera más barata, en buscar el comparador de seguros más barato, en lavar el coche, en llevarlo al taller, etc. Así están distraídos y no molestan.
Jesús Alonso Millán
Publicado originalmente en el blog «El ciudadano autosuficiente» del diario Público
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