Nos dicen los ecólogos que todo está conectado y asentimos con condescendencia: sí, claro, todos estamos integrados en un complejo ecosistema. Por ejemplo, si hay muchos zorros hay menos liebres, y cosas así. Por lo demás, podemos seguir tranquilamente quemando petróleo y carbón y llenando la atmósfera de toda clase de compuestos indeseables. De vez en cuando las plañideras del ecologismo nos advierten del inminente peligro del cambio climático global, augurando toda clase de desastres planetarios. Pero la verdad es que ya estamos cansados de tanto consejo que no hemos pedido, por ejemplo ahorrar energía, ahorrar agua, producir menos basura, usar el transporte público, etc., que nos cuestan cierto esfuerzo y de los que no sacamos nada.
Pero ahora está creciendo la evidencia de que existe una conexión bien sólida entre nuestra felicidad intestinal y la mejora de nuestro medio ambiente planetario. Nuestro intestino, especialmente el grueso, es el hogar de un complejo ecosistema de aproximadamente 500 especies de microorganismos, incluyendo bacterias, protozoos y hongos. Toda esta abundancia de organismos habita en los 200 metros cuadrados de superficie disponible en nuestras tripas y ejerce muchas funciones, la mayoría poco conocidas y algunas ni siquiera sospechadas. Hace que aprovechemos la comida y le saquemos todo el jugo, combate las infecciones, asegura un tránsito intestinal rápido y voluminoso, mejora nuestras defensas, etc. Crece la evidencia de que es uno de los principales puntales de nuestra salud.
Tanto crece, que está surgiendo y creciendo a toda velocidad un nuevo sector comercial, el de los alimentos probióticos y prebióticos. Nos prometen la felicidad intestinal, es decir un variado y rico ecosistema microbiano en nuestro sistema digestivo, a base de ingerir sus productos. Los prebióticos son digamos el pienso favorito de los microorganismos, sustancias vegetales poco digeribles que les sirven de abono y sustrato de crecimiento. Serían compuestos como la lactulosa y la inulina, en general la fibra vegetal que hallamos en frutas y legumbres. Los probióticos son concentrados de microorganismos vivos, que se supone que colonizan nuestras tripas y mejoran y consolidan nuestro ecosistema bacteriano. Este nuevo sector comercial ha surgido porque tenemos serios problemas de TGI (tracto gastro intestinal), con toda clase de síndromes de intestinos irritables, rebeldes y en general infelices.
¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra felicidad intestinal y de paso mejorar nuestro planeta? Pues muchas cosas, y ni siquiera necesitamos ingerir probióticos ni prebióticos comerciales (otra cosa es que los recete un médico). Necesitamos:
Más vegetales
Frutas, cereales de grano entero y legumbres son fundamentales para mantener en buen estado nuestras tripas. Cuanto más variados mejor, lo que podemos conseguir comprando frutas y verduras de temporada. Además de un sano alimento, funcionan alimentando directamente a nuestra flora y fauna intestinal. Si pueden ser procedentes de la agricultura ecológica, mucho mejor. Simplemente porque contienen proporciones reducidas de pesticidas y biocidas en general, destructores de microorganismos por definición. Comer alimentos de origen vegetal, mejor si se han cultivado no muy lejos, es fundamental para reducir nuestra huella ecológica y reducir la emisión de gases de efecto invernadero.
Más fermentados
Los fermentados son alimentos transformados por la acción de los microorganismos, y es un procedimiento muy antiguo que nos ha proporcionado, entre otras maravillas, el pan, la cerveza y el queso, enriquecidos gracias a la acción bacteriana. En algunos casos los microorganismos siguen vivos en el producto final, como es el caso del yogur. En general son muy buenos como alimentos e incluso se sospecha que los que contienen bacterias vivas mejoran directamente nuestra flora intestinal, a pesar de que la mayoría son aniquiladas por el ácido del estómago. Fermentar alimentos vegetales o lácteos es una manera de mejorar nuestra alimentación con un impacto ambiental reducido.
Menos ultraprocesados
Los ultraprocesados están hechos a base de harinas refinadas, grasas como el aceite de palma y mucha azúcar. No son buenos para comer, y no aportan nada a nuestra felicidad intestinal, estando conectados por ejemplo con la epidemia de estreñimiento que azota a la civilización industrial. Además, su contenido en conservantes no augura nada bueno para nuestros procesos digestivos. Reducir el consumo de ultraprocesados equivale a reducir la cantidad de envases desechables generados y la basura consiguiente, además de reducir mucho el coste energético de cada unidad alimenticia que ingerimos, al evitar un complejo proceso industrial de transformación.
Menos carne
Una dieta basada principalmente en vegetales es recibida con alegría por los microorganismos de nuestro intestino, que pueden tener dificultades si basamos nuestra comida en la carne. La carne no se “pudre” en el intestino, y se digiere sin dificultad si la ingerimos en proporciones razonables, pero es peor sustrato para nuestra flora interior. Otro problema mucho peor es que la mayoría de los animales criados para carne están atiborrados de antibióticos, destructores directos de nuestro sano equilibrio intestinal. Reducir el consumo de carne equivale a reducir nuestro consumo de energía drásticamente, y por ende la emisión de gases procedentes de la quema de combustibles fósiles.
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