Una vista del «escalextric» de la Glorieta de Atocha, en Madrid, en 1969. Esta vía elevada funcionó desde 1968 a 1986, atronando la plaza con tres niveles de tráfico superpuestos.
Madrid lleva muchos años luchando contra el ruido. De manera oficial, casi medio siglo. Fue en abril de 1969 cuando se aprobó la «Ordenanza Municipal sobre Protección del Medio Ambiente Contra la Emisión de Ruidos y Vibraciones», la primera norma dictada en nuestro país sobre el control del ruido.
Durante cuatro siglos siendo la capital de España, es decir, la sede de la corte, la ciudad se acostumbró a un tráfico de carruajes considerable (todavía se pueden ver los coches de caballos llevando a los embajadores de la plaza de las Provincias al Palacio Real). Hasta que llegó el coche de motor de explosión, el ruido artificial más potente que se oía en la ciudad era el traqueteo de las ruedas de carro sobre los adoquines.
En 1969 los automóviles ya proliferaban por las calles, y el ayuntamiento de la capital, diligentemente, organizó todo el urbanismo a su servicio. Las antiguas rondas de circunvalación de la ciudad se convirtieron en vías rápidas, cuasi-autopistas urbanas. Se construyeron pasos elevados, las aceras se redujeron al mínimo, el tiempo de paso para los peatones en los semáforos se dejó en una fracción del tiempo de paso para los coches, etc.
Al mismo tiempo, la ciudad se transformó en el gran nudo de comunicaciones de todo el país, con terminales de ferrocarril, convencional y de alta velocidad, y un enorme aeropuerto de los más atareados de Europa. En apenas dos décadas la población subió de un millón a tres millones. Toda estos ciudadanos debían ser transportados, en su coche privado o, si no cogían el metro, en autobuses y taxis. Las bicicletas desaparecieron y los caminantes se convirtieron en una rareza.
Ser ciudad capital estimulaba la economía, se levantaron muchas industrias y el ritmo de la construcción de edificios se hizo casi frenético. Esta incesante actividad coexistía con una oferta de ocio imbatible en Europa occidental: un distrito entero y muchos otros enclaves atestados de bares, restaurantes y discotecas. Todo estaba listo para la tormenta acústica perfecta: Madrid, con permiso de Tokio, estuvo muchos años en el puesto número uno de las ciudades más ruidosas del mundo.
Por esta razón, Madrid es ahora mismo un verdadero laboratorio de soluciones para el ruido. La reciente revisión del Plan de Acción en Materia de Contaminación Acústica, que se redactó en 2010, proporciona algunos datos interesantes. La lucha contra el ruido excesivo en Madrid es una actividad compleja, que debe trabajar con cuatro focos de estruendo: el tráfico rodado (el más importante con mucho), el tráfico ferroviario y aéreo y las actividades de ocio. La industria ha desaparecido como foco importante de ruido, pero la construcción de edificios y de obra pública puede ser una importante fuente de ruido en determinados puntos y espacios de tiempo. El Mapa Estratégico del Ruido es el principal instrumento con que cuenta el municipio para ver si la ciudad se apacigua o no (los últimos datos, que corresponden aproximadamente al período 2006-2016, son esperanzadores). Además de estos detallados mapas de ruido, que comenzaron en 2006 y ya van por su tercera edición, y que se pueden actualizar en tiempo real, Madrid cuenta con un gran arsenal para hacer frente al ruido. Incluye una red de medición fija y móvil, policía especializada (la Brigada contra el Ruido, especializada en conflictos vecinales relacionados con este tipo de contaminación), la delimitación de las Áreas Acústicas, en ocasiones con planes zonales específicos y mecanismos ad hoc de participación ciudadana.
Naturalmente todo esto es la base de una serie de actuaciones concretas y visibles (o mejor dicho audibles) sobre la ciudad. ¿Qué se está haciendo, y qué está funcionando mejor? La lista detallada de actuaciones se pueden encontrar en el Plan de Acción Acústica y en su revisión. Estas actuaciones, amén de campañas informativas y programas educativos (como el destinada a la comunidad escolar “Educar para vivir sin ruido / Aprender sin ruido Madrid”) incluye varias medidas de tipo tecnológico, como la colocación de un tipo de pavimento especial, poroso, que reduce el ruido creado por el golpeteo de las ruedas sobre el asfalto o la insonorización de cubos de recogida de residuos. Otras medidas previstas van en la dirección de interponer obstáculos entre el ruido ambiente y los ciudadanos, mediante la instalación de pantallas acústicas y la mejora de aislamientos.
No obstante, teniendo en cuenta que el tráfico es la mayor y más constante fuente de ruido, se ha visto que la peatonalización o semipeatonalización de calles (ensanchando las aceras) son dos medidas que suponen una mejora radical en la contaminación acústica. Otra medida fundamental es la reducción de velocidad, que va asociada además a una reducción muy notable de la siniestralidad. La idea es volver a convertir las peligrosas y ruidosas autopistas urbanas en calles de tráfico pacificado, para lo cual se colocan resaltos y semáforos.
Un objetivo plausible de “templado del tráfico” es implantar los 30 km/h de velocidad en todo el casco urbano. Combinado con un incremento de los coches eléctricos y una posible disminución del número total de vehículos por el auge del coche compartido, el resultado final podría ser convertir a Madrid en un remanso de paz acústica. Si la cultura ciudadana de una vida baja en estruendo se populariza entre los ciudadanos, puede ser un objetivo factible.
Jesús Alonso Millán
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