Un reciente informe de Changing Markets, “La falsa promesa de la certificación” examina tres importantes sectores de nuestra economía (las pesquerías, el aceite de palma y los textiles) y su conclusión es desoladora: la avalancha de certificaciones y sus correspondientes ecoetiquetas está obstaculizando la ruta de nuestra sociedad y nuestra economía hacia la sostenibilidad.
El informe señala varios fallos recurrentes en el proceso de certificación. Uno de los más frecuentes es confundir la parte con el todo, por ejemplo certificar determinado período de pesca pero no otro, o analizar con detalle la cantidad de agua usada para cultivar el algodón pero olvidarse de los productos químicos tóxicos que se usan en la fabricación y teñido de las prendas.
Otro problema bastante común es cuando una enorme empresa de distribución “necesita” certificar tal cantidad de producto que inevitablemente se producen conflictos de intereses entre los que certifican el producto y los que lo ponen en el mercado. El informe de Changing Markets cita el caso de Wallmart y MSC (Marine Stewardship Council), una de las más importantes certificadoras de pesca sostenible.
O bien el producto en cuestión se vende tan bien y proporciona tantos beneficios a una parte de la economía de un país (como ocurre con el aceite de palma en Malasia) que sale a cuenta rebajar o aflojar los estándares de certificación.
Hay otros problemas, como la proliferación de certificadoras y sus correspondientes ecoetiquetas, que crea confusión en los criterios usados para evaluar el producto, o las dificultades de trazar el origen de determinados productos y por ende si su marchamo de sostenibilidad es genuino.
¿Deberíamos olvidarnos de todas las ecoetiquetas y certificaciones asociadas, acabar con ellas? Eso crearía un problema mayor. Un buen estándar traducido en una etiqueta de confianza es oro puro, no se puede tirar por la borda así como así. Ayuda a los consumidores a elegir un mejor producto para ellos y para el planeta en general, envía señales a la industria y a la economía de que hacer las cosas bien compensa, y a la larga puede erradicar prácticas insostenibles y a elevar los estándares generales de calidad y sostenibilidad.
El informe de Changing Markets da unas útiles indicaciones para reformar el sistema de certificaciones y etiquetados pero, qué podemos hacer nosotros, los ciudadanos y consumidores, cuando nos paramos perplejos delante de una ristra de ecoetiquetas en cualquier tienda o mercado? Ahí van siete ideas:
1. Mejor una ecoetiqueta que ninguna. Aunque es verdad que ciertas ecoetiquetas pueden ser perjudiciales para la sostenibilidad, en general son una buena señal, un semáforo que indica que alguien está buscando soluciones para algún problema de nuestro medio ambiente y nuestra sociedad.
2. Hay etiquetas de más confianza que otras. Por ejemplo, la Etiqueta Ecológica Europea (EEE) o la de agricultura ecológica del mismo origen. Incluyen protocolos rigurosos de medición de la huella ecológica de los productos “de la cuna a la cuna”, siguiendo todo su proceso de cultivo, fabricación, transporte, empaquetado, consumo y “desechaje”. El problema de la EEE es que se aplica todavía a muy pocos productos, a pesar de que está en vigor desde el año 2000, y es prácticamente desconocida por el público. Aquí se pueden buscar los productos que ostentan la EEE. Para orientarse en la jungla de ecoetiquetas mundiales, la web Ecolabel Index reúne más 400 y puede ser una referencia útil.
3. Precaución con las ecoetiquetas “emparejadas” con una gran empresa de distribución. Suele ocurrir que la gran comercializadora anuncie que en determinada fecha toda su producción del producto X ostentará la certificación Z. Es preferible que anuncie sencillamente qué nuevo estándar se va a usar, por ejemplo que se van a eliminar las bolsas de plástico desechables, etc.
4. Las ecoetiquetas que no se entienden son discutibles (por ejemplo: “papel procedente de fuentes responsables” es de menos confianza que una descripción más exacta e inequívoca del nuevo estándar, como “gallinas criadas en el suelo”
5. Algunos productos no mejoran por mucha ecoetiqueta que lleven (como el aceite de palma refinado o el usado como biocombustible). Sencillamente, es mejor usar mantequilla en la galleta o electricidad en el coche.
6. En algunos casos la etiqueta está implícita en el producto. Los pescados pequeños son mejores que los grandes, a efectos de sostenibilidad. O bien algunos criterios de salud y sostenibilidad no dependen de ecoetiquetas, sino más bien del sentido común (por ejemplo, las listas cortas de ingredientes y los empaquetados someros suelen ser señales de alimentos de buena calidad).
A veces lo importante es la ausencia de etiquetas, como las de alerta de compuestos tóxicos o peligrosidad en productos de limpieza… o bien que no haya ningún sitio donde colocar la etiqueta, como ocurre con las verduras frescas o la ropa de segunda mano.
Jesús Alonso Millán
Deja tu comentario
Debe iniciar sesión para escribir un comentario.