Fotografía: H. Hach en Pixabay
Se acabó la guerra contra los plásticos, lo que recientemente había sido repudiado se ha convertido en un salvavidas. Es lógico puesto que son compuestos baratos, fáciles de fabricar e impermeables, lo que en una situación como la actual los convierte en el material estrella.
Cuando las cosas se ponen difíciles, sobrevivir es lo primero y todo lo demás es secundario. Algo similar ocurre en situaciones como la que nos está tocando experimentar actualmente, primero se garantiza en la medida de lo posible la seguridad –evitar que se propague aún más el virus, en este caso, mediante mascarillas, guantes, mamparas, etc.– y, una vez cubierta, ya tendremos que preocuparnos de las cosas que tuvieron que quedarse en un segundo plano. El problema con los plásticos, es que no son ajenos a la situación actual, de hecho, están directamente relacionados. Esto se debe a que es un material barato, fácil de fabricar, ligero, impermeable y con una multitud de usos y aplicaciones distintas.
La gran demanda de material sanitario –mascarillas, guantes, respiradores, batas impermeables, gafas, etc.– ha disparado la producción de productos plásticos y derivados, siendo muchos de ellos de un solo uso. Por poner un ejemplo, los filtros presentes en las mascarillas tipo FPP están compuestos por un conjunto de fibras plásticas enlazadas entre sí, las cuales permiten retener las partículas en suspensión. En el caso de los guantes desechables más de lo mismo, debido a que el látex puede generar alergias, muchas veces se recurre a guantes de nitrilo o de vinilo, los cuales son compuestos sintéticos.
Además, todos los residuos sanitarios no se pueden reciclar, por tanto, deben ser destinados a incineración o a su depósito en vertedero. En el caso de la incineración, esta emite cenizas, gases y, en la quema de plásticos clorados, dioxinas –sustancia altamente tóxicas para la salud. A esto se le debe sumar los residuos generados fuera del ámbito hospitalario, es decir, todas las mascarillas, guantes y demás medidas de seguridad tomadas por los ciudadanos de a pie, como tú y como yo. Estos materiales que componen las medidas de seguridad que todos usamos tampoco se reciclan, por lo que deben ir a la fracción de restos.
Pero no solamente han aumentado los plásticos en el sector sanitario y doméstico -como es lógico-, también lo han hecho en los comercios abiertos al público. Dentro de este sector, principalmente supermercados y farmacias, se usan pantallas transparentes para proteger a sus empleados. Estas pantallas están compuestas por metacrilato, un plástico derivado del petróleo que es duro, flexible y resistente, cuya demanda ha crecido exponencialmente. La demanda de este material es actualmente altísima, habiendo pedidos medidos en toneladas que no llegan hasta el mes de julio. También, algunos supermercados han quitado temporalmente la venta de productos a granel o, en su defecto, exigen que te pongas otros guantes adicionales a los que ya llevas. Además, el desplome en el precio del petróleo –principal compuesto con el se fabrica la mayoría de plásticos– favorece más aún la fabricación de productos plásticos.
A pesar de ello, la causa de este aumento en el uso de plásticos está más que justificada, pues tiene por finalidad proteger a la población y evitar que todo esto se convierta en una catástrofe de mayor magnitud de la que es actualmente. Sin embargo, lo que puede ser más preocupante es el cambio de la sociedad cuando todo esto acabe. Previo a la pandemia del Covid-19, una buena parte de la población parecía bastante concienciada con el tema de los plásticos de un sólo uso, el reciclaje de plásticos, la afección de los microplásticos a los ecosistemas marinos, etc. Pero, ¿qué va a pasar con todo esto cuando el virus sea tema del pasado?
Es fácil –o demasiado optimista– pensar que cuando la situación actual termine, todo volverá a la normalidad: la gente volverá a su trabajo normal, las terrazas y restaurantes volverán a estar abarrotadas, todos los hoteles reservados en agosto, etc. Sin embargo, creo que todo esto dista mucho de la realidad a la que tendremos que enfrentarnos. Cuando una catástrofe –ya sea un terremoto, terrorismo o una pandemia– hace mella en una sociedad, esta cambia su forma de pensar y de actuar, por lo que no es tan descabellado pensar que puede ocurrir lo mismo una vez superado el Covid-19.
Centrándonos en el tema de los plásticos y aplicando lo previamente expuesto, puede que el tema de la producción en masa de plásticos no sea algo ceñido temporalmente a la pandemia. Creo que es posible que haya una gran cantidad de personas que por miedo o desconfianza, adopten una actitud de extrema precaución. Por poner un ejemplo, productos excesivamente empaquetados y aislados del exterior para una aparente mayor seguridad de cara al consumidor. Concretamente con los alimentos, ya que los productos plastificados por completo pueden verse como un alimento “seguro” y el cual apenas ha podido ser manipulado por la gente.
Otro ejemplo sería un sector hostelero blindado, en el que todo esté previamente desinfectado o precintado para una mayor seguridad. Todo esto puede terminar desembocando en una masificación de productos plásticos, derivado de embalajes y envoltorios excesivos para evitar el contacto directo entre personas o “aislar” el producto. Esto son solamente ejemplos, veremos cómo el sector del transporte se desenvuelve después de esto –autobuses, trenes, taxis, carsharing, etc. Es aquí donde la política debería jugar un papel fundamental, para que una vez superado el virus sea capaz de garantizar la seguridad ciudadana sin llegar a extremos absurdos que comprometan la calidad ambiental.
Por desgracia todo esto ya está teniendo un impacto sobre el medio ambiente, como por ejemplo la gran cantidad de mascarillas usadas que aparecieron a la orilla del archipiélago de Soko –al oeste de Hong-Kong y debajo de la isla de Lantau–, achacado al uso masivo de mascarillas como consecuencia del Covid-19. ¿Será el próximo estrato del antropoceno una acumulación de mascarillas y guantes desechables?
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