Para empezar, ¿qué es un alimento de fórmula?
Un alimento de fórmula es un producto realizado mediante la combinación de ingredientes industriales básicos como aceite de palma, harina refinada, azúcar y proteína de soja con gran cantidad de aditivos saborizantes, texturizantes, conservantes, etc. El producto se diseña específicamente para resultar irresistible para el paladar, gracias a una combinación de sabores y texturas (por ejemplo dulce, untuoso y crujiente) científicamente determinada.
¿Cuál es su origen?
Paradójicamente, los alimentos de fórmula propios de nuestra rica sociedad se inventaron en épocas de penuria y guerra. El mejor ejemplo es la margarina. Se desarrolló en Francia hacia 1870 como un sucedáneo barato de la mantequilla. Su gracia estaba en que se podía usar cualquier tipo de grasa animal o vegetal imaginable para fabricarla. Bastaba filtrar, desodorizar, hidrogenar y colorear estas grasas para tener una sustancia parecida a la mantequilla pero mucho más barata, pues la materia prima ya no era la nata de la leche, sino el aceite de palma y cualquier otra grasa procedente de cultivos oleaginosos o de subproductos industriales.
El siguiente paso fue adornar a la margarina con cualidades saludables y demonizar a la mantequilla. Hacia 1970 el proceso ya estaba listo. La margarina, rociada de vitaminas sintéticas, se presentaba como un producto ultrasaludable, capaz incluso de combatir el colesterol. Sus fabricantes se enriquecieron, mientras las ventas de la diabólica mantequilla se reducían. Procesos parecidos se dieron con el azúcar (al principio, comienzos del siglo XIX, el azúcar de remolacha –sacarosa 100% pura– era un sucedáneo del azúcar de caña) y el pan, que pasó de ser una combinación de harina entera (que incluye todas las partes del grano de trigo), agua, levadura y sal a un producto a base de harina refinada (sin la cobertura del grano ni el germen), azúcar, grasas diversas y varios aditivos.
¿Dónde podemos encontrar hoy alimentos de fórmula?
En todas partes. Si analizamos el grado de colonización por estos alimentos de las diferentes comidas del día, podemos decir que los alimentos de fórmula copan el 75% de la mesa del desayuno (cereales de desayuno, zumos envasados, yogures de sabores para beber, etc.), tal vez el 20% de la mesa de la comida (son los alimentos de “calentar y comer”, que suelen venir en bandejas de plástico para meter en el microondas), el 90% de la merienda (el ancho mundo de los alimentos infantiles) y tal vez la mitad de la mesa de la cena (con los famosos fingers de pescado y otros productos para freidora).
¿Por qué son inconvenientes?
Por tres razones principales. Para empezar, son demasiado caros. Parecen baratos comparados con la comida de verdad, pero en realidad, teniendo en cuenta su composición y modo de fabricación, son extraordinariamente caros comparados con la comida de verdad.
No son buenos para la salud, porque sus componentes principales no lo son. Las harinas refinadas y el azúcar están detrás de la gran epidemia de diabetes que nos azota, por ejemplo. Eso sin contar las consecuencias para nuestro cuerpo de ingerir durante muchos años seguidos dosis [supuestamente] “seguras” de aditivos de todas clases.
Tampoco son buenos para nuestro planeta. Sus materias primas suelen proceder de monocultivos que arrasan materialmente grandes extensiones de paisajes de calidad, como la selva tropical (esto ocurre en Indonesia con el aceite de palma y en Brasil con la soja).
¿No es exagerado considerarlos un timo?
En realidad es una definición muy precisa. Véase el diccionario de la Academia de la Lengua, 2º acepción: “Engañar a alguien con promesas o esperanzas”. Recuérdese el caso de la margarina que reducía el colesterol, de los cereales de desayuno ultrasaludables, de los lácteos imprescindibles para el desarrollo infantil con un 40% de azúcar, y muchos otros. En algunos casos, productos a base de agua y mucha azúcar, como las bebidas de cola, se anuncian como componentes de una dieta equilibrada (!). Un torrezno o un sobao pasiego atiborrado de mantequilla no se anuncian como saludables, son placeres que comemos porque nos parecen apetitosos. Pero los alimentos de fórmula nos engañan sistemáticamente anunciándose como saludables cuando son todo lo contrario.
Recientemente se habla mucho de “reformulación”. ¿Qué es eso?
La epidemia de enfermedades asociados a los alimentos de fórmula alarma a los gobiernos, que ven como suben los gastos sanitarios. Una posible acción es gravar con impuestos ciertos componentes fundamentales de los alimentos de fórmula, como el azúcar. Los fabricantes están reaccionando con promesas de reducir el porcentaje de azúcar (y otros compuestos considerado dañinos) en sus productos. Con este fin, se están embarcando en complejas investigaciones para proporcionar dulzor a los consumidores usando menos azúcar, usando aditivos o incluso modificaciones moleculares (dicho así), como la que anuncia Nestlé para su chocolate. Esta historia recuerda la de los fabricantes de coches diésel, que siguen intentando artificialmente la vida de un enfermo terminal, el coche de motor de explosión. Pues con la comida de fórmula pasa más o menos lo mismo.
¿Cómo podemos reconocerlos?
Es bastante fácil reconocer a los alimentos de fórmula, suelen presentar algunas o todas de estas características: paquetes vistosos de colores brillantes, listas de ingredientes muy largas y reclamos estridentes de salud y bienestar. En realidad, ocupan más o menos la mitad de las estanterías de cualquier supermercado.
¿Y qué podemos hacer?
Lo mejor es eliminar poco a poco los alimentos de fórmula de nuestra dieta, frigorífico y despensa. Es decir, platos preparados de calentar y comer, refrescos, la famosa bollería industrial, cereales de desayuno, zumos con azúcar, yogures para beber, margarinas y derivados, etc.
Al mismo tiempo podemos comprar una porción cada vez mayor de nuestra comida en verdulerías, fruterías, pescaderías, carnicerías, casquerías, panaderías y tiendas de este tipo. Suelen estar en nuestras calles, en los mercados de barrio, también se encuentran en los mejores supermercados. Luego, armados con un libro de recetas de cocina, podemos transformar estos ingredientes en apetitosos platos, en comida de verdad. Los cambios a mejor en nuestro bolsillo y nuestra salud se notan a los pocos meses, en el Planeta pueden tardar un poco más.
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