Redimensionamiento
“Ande o no ande, burro grande” es un refrán muy antiguo con equivalencia en todos los idiomas del mundo. Se usa para criticar la presunción del que quiere impresionar a los demás por encima de cualquier consideración de eficiencia. Un burro muy grande come mucho, y seguramente un burro más pequeño y vivaz le hará mejor servicio al labrador. En nuestro tiempo los burros se han extinguido casi en su totalidad, pero el refrán se puede aplicar a muchos objetos cotidianos sobredimensionados: coches, sistemas de aire acondicionado, calentadores, o simplemente casoplones, todos ellos costosos de mantener y alimentar de energía, agua y materiales. El concepto también se puede aplicar a la comida, una cuarta parte de la cual se tira a la basura, lo que indica un muy mal dimensionamiento de la compra de alimentos. O a las maquinillas desechables, kilos de plástico a la basura a cambio de unos cuantos afeitados. Por el extremo opuesto, muchas familias tienen sistemas de transporte, climatización o alimentación claramente infradimensionados. En este futuro sostenible, habría menos burros grandes sobredimensionados y también menos asnos pequeños infradimensionados.
Soluciones reales para la vida sostenible
Entre la frase “mejora el aislamiento de tu casa”, y la llegada de una cuadrilla de profesionales con todo el material necesario para reducir drásticamente el derroche térmico de tu casa, hay un largo trecho. Esta larga distancia entre las buenas ideas y su realización se puede ir reduciendo gracias a la unión de varios elementos: la tecnología (por ejemplo, apps capaces de decirte con precisión qué necesitas para reducir tu factura energética en un 50%), la política institucional y social de mejora de las condiciones de vida a largo plazo y una cultura que considere un edificio muy mal aislado tan peligroso como un edificio en ruinas. Se trata de soluciones sostenibles a medida, capaces de beneficiar a los destinatarios analizando su huella ecológica, detectando problemas y proponiendo soluciones muy concretas y asequibles.
Buenismo planetario
En una época en que se impone el “malismo” nacional, la cultura de una vida de baja huella, sostenible y generalizable a toda la humanidad, parece casi chocante. Pero cada vez más gente, de Greta Thunberg para abajo, está cayendo en la cuenta de que no existen las islas de seguridad, aunque tengan el tamaño de un país entero. La vida sostenible puede ofrecer soluciones interesantes para poner en práctica la idea de que podemos, literalmente, salvar el planeta.
De las campañas culpabilizadoras a las promociones interesantes
Es una queja común que las admoniciones y prédicas para propiciar la sostenibilidad no se diferencian mucho de los sermones de un cura amenazando a sus fieles con el infierno si se apartan del camino recto. En este caso nos amenazan con el apocalipsis mundial si seguimos comiendo tanta carne o conduciendo nuestro SUV. La vida eco-virtuosa se plantea en términos de: a) Privación y sacrificio –sin carne, sin coche. b) Rituales cotidianos que hay que realizar hasta que los pequeños eco-gestos se conviertan en un hábito (apagar la luz al salir de un cuarto, cerrar el grifo cuando nos lavamos los dientes). Este enfoque está siendo superado por otro más realista, en el que la ciudadanía puede aprovechar las ventajas de la vida sostenible gracias a ofertas interesantes, como la drástica reducción del recibo de la luz o la notable mejora de la salud que viene cuando se usa menos el coche y se camina y se cocina más.
Resiliencia y autosuficiencia
Ahora que vemos de manera dramática lo interconectado que está el mundo (por ejemplo, la guerra de Ucrania puede provocar una hambruna mundial) puede sonar a hueco hablar de autosuficiencia. Pero es un elemento importante de la vida sostenible que irá a más. El auge del autoconsumo eléctrico es una de sus manifestaciones, pero hay más: cooperativas de consumo de alimentos, o simplemente vehículos y sistemas de climatización independientes de la red mundial de distribución de combustibles fósiles. Una consecuencia positiva de esta dirección del cambio es un drástico aumento de la resiliencia, la capacidad de superar las perturbaciones potencialmente destructivas.
Ritmo de vida lento (o menos rápido)
El acelerado ritmo de la vida moderna es la gran coartada que está detrás de muchos aspectos de una vida insostenible: la comida chatarra (no tenemos tiempo para cocinar) o los atascos de tráfico (no tenemos tiempo para usar el transporte público, o simplemente caminar). Tampoco tenemos tiempo para ir a comprar al mercado, reparar las cosas que se estropean o tunear nuestra ropa. Muchas iniciativas “slow”, como Slow Food, que van a ir a más, reivindican esta necesidad de no aceptar el supuesto ritmo trepidante y estresante de nuestra vida cotidiana, que en buena parte es un invento publicitario.
Ciencia ciudadana de la sostenibilidad cotidiana
¿Conviene apagar la calefacción por la noche? ¿Son más sostenibles las bolsas de plástico o las de papel? ¿Puede ser saludable una dieta vegetariana? Infinidad de preguntas como estas forman la ciencia de la sostenibilidad cotidiana, generalmente solventadas en artículos periodísticos del tipo “verdades y mentiras de la ecología” que, por muy bienintencionados que estén, suelen añadir más confusión que aclarar las cosas. El concepto de ciencia ciudadana viene en nuestra ayuda, porque todos somos expertos en los aspectos de la vida sostenible cotidiana que manejamos más de cerca. Poner en común este conocimiento sería muy necesario.
Jesús Alonso Millán
Fotografía: una vista del pavimento de Lisboa. Las pequeñas teselas hacen que se adapte sin romperse a las raíces del árbol que crecen debajo, un buen ejemplo de resiliencia.
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