Cada vez que se habla de “la lucha contra el cambio climático” se habla de millones. Por un lado, lo mucho que nos van a costar (por ejemplo, en hormigón para construir los diques que protegerán nuestras ciudades de la subida del mar) las consecuencias del cambio climático en sí mismo. Por otro, lo mucho que nos va a costar luchar contra el cambio climático, principalmente cambiando nuestro modelo energético fósil y derrochador por otro basado en la eficiencia y las energías renovables.
Así que la lucha contra el cambio climático se plantea como un gasto, un sobrecoste, una pejiguera económica. Los políticos esgrimen cifras de cientos de miles de millones de euros, que es lo que nos va costar reducir la emisión de CO2 de los niveles actuales a una cantidad más razonable. En realidad el CO2 es un activo financiero: se puede calcular cuánto cuesta reducir o dejar de emitir un kilo o una tonelada de CO2. Así que, tonelada a tonelada de CO2, pagadas a buen precio, vamos alejando la amenaza del cambio climático a base de gastar cientos de miles de millones de euros.
Los escépticos están contentos con esta situación, pensando que avala sus argumentos: ¿para qué vamos a gastar esa montaña de dinero en algo, el cambio climático, que ni siquiera está demostrado científicamente? ¿No sería mejor gastar esa punta de millones en mejorar el abastecimiento de agua potable y limpiar las aguas residuales, por ejemplo? La conclusión evidente es que es mejor seguir quemando petróleo, que sale más barato. Incluso los no-escépticos van más o menos por el mismo camino. En la II Cumbre del Cambio Climático de las Américas (Jalisco, septiembre de 2016) el director de la Plataforma Mexicana del Carbono (MéxiCO2) estimó los daños a la economía mexicana de no hacer nada: un cambio climático rampante costaría el 3,6% del PIB en 2050.
Es decir, que el apocalipsis climático equivale al 3,6 % del PIB. Con cifras como esta podemos seguir quemando petróleo tan tranquilos. Reducir el cambio climático, sus efectos y la manera de combatirlo, únicamente a dinero, equivale a neutralizar todos los esfuerzos. Sería más eficaz hablar de ”cambio global a peor”, olvidarnos de los forcejeos científicos entre negacionistas y afirmacionistas del cambio climático y plantear una respuesta cultural y social a este cambio global en la mala dirección.
Se trata de colocar los millones de euros o de dólares en segundo plano, y el cambio cultural y social en primer plano. Aparecerán sorpresas, como que muchas de las acciones más importantes resultarán mucho más baratas de lo que se pensaba. Por ejemplo, pasar del modelo actual de millones de coches de motor térmico en propiedad al de miles de coches eléctricos compartidos. O generalizar el autoconsumo eléctrico a base de miniaerogeneradores y paneles solares. Además, casi todas las acciones propuestas tendrán también un beneficio que se podrá contar en dinero. Por ejemplo, la generalización de las renovables terminará por abaratar mucho la energía eléctrica.
Hay que tener en cuenta que el modelo energético sostenible (eficiencia/renovables) es mucho más barato que el actual (fósil/derroche). El primero tiene una estupenda cualidad que no tiene el segundo: se amortiza. Una vez instalado el material aislante o el panel fotovoltaico, podemos esperar tranquilamente –asegurando un mantenimiento correcto– a que la instalación proporcione beneficios, en términos de litros de combustible para calentar la casa o de kilovatios-hora que ya no habrá que pagar. En cinco o seis años, los ahorros pagan la instalación, y a partir de ahí uno puede empezar incluso a ganar dinero. También uno deja de respirar gases contaminantes, y hay otros beneficios que ahora mismo solo podemos entrever a lo lejos.
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