Fotografía: Christian Buehner en Unsplash
El buen concepto de la huella ecológica de los estilos de vida se ha tropezado con dos obstáculos inesperados. Por un lado, la confusión entre una vida de baja huella y una vida de penuria. Por otro, la falta de un criterio para saber qué sería o que incluiría una huella ecológica sostenible.
El flygskam patentado en Suecia es un ejemplo. La “vergüenza de volar” parece implicar que viajar en avión es malo y nefasto, cosa que no es verdad. Lo que sí da vergüenza es que existan empresas que se enriquecen a base de ofrecer vuelos ultrabaratos, lo que consiguen exprimiendo a sus proveedores y trabajadores hasta el límite. Las low cost han eliminado el placer de viajar en avión y lo han reemplazado por una actividad incómoda y engorrosa que de paso está empezando a suponer un impacto sobre la atmósfera muy importante.
Otro ejemplo actual es el consumo de carne. Nuevamente habría que distinguir entre comer ocasionalmente carne criada de manera sostenible, como la de cordero alimentado en pastos campestres, y atiborrarnos de tajadas de carne de cerdo producida a bajo precio en enormes granjas industriales, donde los animales son una pieza más de la maquinaria.
Tal vez la solución sea un consenso general de lo que supone una huella ecológica sostenible, que se pueda generalizar a toda la humanidad de manera indefinida. Se podría usar el modelo de la ducha. No es posible que todos los humanos nos demos un baño de bañera diario, unos 250 litros de agua caliente. No hay agua ni energía bastante en el mundo para aguantar semejante pauta de vida. Pero probablemente sí es posible que toda la humanidad disfrute de una ducha diaria, unos 25 litros de agua caliente. Ese punto de consenso podría extenderse a otras cosas, como el consumo de carne, el gasto de energía en transporte, el consumo de agua y de materiales, etc. Se trata de consumir lo justo para que haya para todos, igual que hacemos en un bar cuando compartimos una ración de patatas bravas.
Lo cual nos lleva al concepto de austeridad, que se ha empleado mucho en la última década. La austeridad es una actitud ante la vida que huye del derroche inútil, pero siempre debe ser voluntaria. De lo contrario es simplemente miseria. Este interesante artículo da varios ejemplos de cómo los medios de comunicación publican cada vez más virguerías de vida de baja huella (por ejemplo: “cómo calentar la casa sin poner la calefacción”) que en realidad esconden situaciones de pobreza energética y de penuria en general.
Cuidado con la huella ecológica: actualmente se sabe que la mitad aproximadamente del impacto ambiental sobre nuestro Planeta deriva de una élite derrochadora, conocida como la gente del chuletón y del SUV. Pero es sobre las espaldas de la gente común sobre la que se carga la responsabilidad y la culpa de “nuestro derrochador estilo de vida”. Muchas veces nuestro estilo de vida es insostenible porque el mercado nos vende simulacros de carne o de viajes aéreos a un precio supuestamente muy bajo, creado por una manera de producir carne o vuelos en masa que está destruyendo nuestro planeta. Es urgente empezar a producir consensos: ¿a qué tenemos derecho y a qué no?, ¿qué se debe considerar un lujo y qué una necesidad?, y así sucesivamente.
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