Fragmento de la portada del BIEN (Boletín de Información sobre Energía y Medio Ambiente) de septiembre-diciembre de 1982.
Se cumplen 40 años de la Constitución, punto de arranque de nuestro sistema político actual, y puede ser interesante ver cómo ha cambiado nuestro estilo de vida (en relación con la sostenibilidad) desde tan lejana fecha. Para empezar, ni siquiera existía el concepto de “sostenible” relacionado con la salvación de nuestro planeta, se acuñó a finales de la década de 1980.
La huella ecológica de nuestros lejanos antepasados de 1978 era bastante diferente de la actual. Estamos hablando de una media, pues entonces como ahora había derrochadores y gente muy frugal. Pero en general la vida era más espartana. Por ejemplo, había un coche por cada doce o trece personas (ahora hay uno por cada dos). Los coches usaban la misma tecnología de motor de explosión que los actuales, pero la gasolina dominaba en los turismos y, en ausencia de filtros anticontaminación, los tubos de escape lanzaban densas humaredas.
Como resultado, el aire de ciudades como Madrid, Barcelona o Bilbao era irrespirable, con densas concentraciones de hollín convirtiendo en grisáceos los azules cielos de España. No solamente los coches lanzaban suciedad al aire. El equipamiento en calefacción era escaso, pocos hogares disfrutaban de radiadores fijos y sistemas centralizados. Pero esos pocos quemaban principalmente carbón y fuel pesado en sus calderas. El resto de los hogares se apañaban con una o dos estufas o radiadores eléctricos.
El resultado era una atmósfera urbana muy densa, una contaminación perfectamente visible que limitaba la visibilidad, en invierno, a pocos metros. La actual contaminación es probablemente peor para la salud, pero es invisible o casi desde dentro de la ciudad. Hay que tener en cuenta, además, que en 1978 era práctica común quemar la basura al aire libre en los grandes vertederos urbanos, y que muchas industrias lanzaban humo alegremente al aire en mitad de los cascos urbanos de las poblaciones.
Un día de la vida de un ciudadano en 1978 podía comenzar con una ducha caliente solo si había medios para ello: el equipamiento en este servicio doméstico era sorprendentemente escaso. El aire acondicionado doméstico no existía, en su lugar se ponían en práctica toda clase de inventos para refrigerar la casa en verano. Es verdad que los veranos eran menos cálidos que los actuales.
El equipamiento en lavadoras, frigoríficos eléctricos y televisores era ya prácticamente completo en 1978, sobre todo de este último aparato. Los electrodomésticos presentes en una casa se podían contar con los dedos de una mano, media docena como mucho (actualmente andamos por una media de 30-40 aparatos por hogar). Sus índices de eficiencia energética eran mucho más bajos que los actuales: un frigorífico de tamaño medio de esa época gastaba unos 800 kWh al año, cuatro o cinco veces más que un modelo actual clase A+++.
Esos frigoríficos estaban llenos de alimentos distintos de los que los atiborran hoy. La comida ultraprocesada apenas era conocida, si no consideramos como tal las populares sopas de sobre. Las estanterías de yogures en los supermercados (los primeros de carrito y colas ante las cajas se inauguraron por entonces) eran patéticas comparadas con la lujuria de la sección de lácteos en las actuales grandes superficies. En 1978 ya estaba muy avanzada la gran transición en la alimentación, pero todavía se tomaba poca leche y se comía poca carne en comparación con el pico máximo que se alcanzó en ambas cosas hacia el año 2000. En su lugar, se hacía gran consumo de pan y legumbres.
Leche, vino, cerveza o refrescos se vendían mayoritariamente en botellas de vidrio, que una vez vacías se llevaban a la tienda de nuevo para canjearlas por otras llenas. Bricks y botellones de plástico no eran todavía muy frecuentes. Las latas envasaban principalmente pescados y verduras, no bebidas como ahora, y eran todas de hojalata.
Como resultado de esta manera de alimentarse, la producción de residuos domésticos era inferior a la actual, unos tres cuartos de kilo por persona y día en lugar de más de un kilo como ahora, y su composición era diferente, con más materia orgánica y menos plásticos desechables.
De camino al trabajo después de desayunar, el habitante de la remota época de 1978 tenía como principal opción el transporte público, seguido a bastante distancia del coche privado, al revés de lo que ocurre actualmente. El transporte público, en general, estaba atestado permanentemente, usaba vehículos viejos y solía ser incómodo, pero no había otra opción. La gente se apretujaba en los vagones de metro y los autobuses y se iba a trabajar.
La pauta de transportes era distinta por otros motivos. En 1978 se consideraba lógico que los niños fueran al colegio de su barrio, y andando solos a partir de los ocho o nueve años. No existían los atascos de tráfico actuales a la puerta de los colegios.
Había menos coches en calles y carreteras, pero la siniestralidad vial en términos de víctimas por mil vehículos era diez veces mayor que la actual. El año de la Constitución la gente ya no se moría de tuberculosis o malaria, sino de enfermedades modernas asociadas a la abundancia, como los infartos cardíacos y los colapsos respiratorios. El cáncer comenzaba a ser una causa importante de muerte, pero no una abrumadora epidemia como ocurre actualmente.
La autosuficiencia no era solo cosa de hippies o alternativos (que esa época produjo en gran cantidad), sino un modo de vida muy difundido, al menos parcialmente. Todo el mundo tenía fuertes conexiones con la familia en el pueblo, que enviaban paquetes de alimentos regularmente a la ciudad. En ciudades de clima frío, en lugar de frigorífico eléctrico muchos hogares se apañaban con una sencilla fresquera.
Se cocinaba a todas horas (principalmente las mujeres): las bandejas de precocinados y el horno de microondas eran novedades poco conocidas todavía. Los alimentos se podían falsificar de manera brutal y peligrosa (el aceite de colza tóxico que se vendió como aceite de oliva causó decenas de miles de afectados en 1981), pero las galletas no encubrían sus componentes y alardeaban incluso de su contenido en azúcar y mantequilla. El veganismo obligatorio era un recuerdo muy reciente, y pocas personas declaraban esa opción alimentaria. Y, aunque parezca increíble, apenas existían las cadenas de comida rápida. McDonald’s no abrió su primer establecimiento en España, en la esquina de la calle de la Montera y la Gran Vía (Madrid) hasta 1981.
Publicado originalmente en el blog El ciudadano autosuficiente, del diario Público
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