El 16 de septiembre, Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono, nos acordamos del negacionismo que sostiene que la crisis climática es una moda al igual que lo fue el agujero de capa de ozono en su momento. Quizá lo que no sepan es que la gestión de dicho agujero pudiera ser el modelo a seguir para afrontar otros retos del clima.
El ozono es una molécula compuesta por tres átomos de oxígeno (O3). Una molécula muy reactiva y que tiende a interactuar fácilmente con otros compuestos o elementos. Además, esta molécula tiene una doble cara hacia nuestra salud.
En la capa más baja de la atmósfera, en la troposfera, a unos 15 km de altura (los aviones vuelan a 10 km de altitud), el ozono es dañino para nuestro organismo: en bajas cantidades produce irritaciones e inflamaciones de nuestro sistema respiratorio y, según aumenta la exposición, los problemas se agravan. El ozono troposférico, como se llama, se genera a partir de la reacción entre la luz solar y ciertos compuestos como los óxidos de nitrógeno o los compuestos orgánicos volátiles –compuestos que emiten los combustibles fósiles. En los lugares con mucho tráfico esto provoca el smog fotoquímico, esa capa de gases de colores que van del gris al naranja que se forman en las ciudades –como la famosa “boina de Madrid” que se puede ver a kilómetros de distancia.
Sin embargo, el ozono a mayor altura, el que se forma en la estratosfera (desde los 15 a los 50 km sobre la superficie de la Tierra) tiene una función vital para la vida. Este ozono, generado de manera natural por la reacción del oxígeno con la energía del sol, absorbe la gran mayoría de la radiación ultravioleta, impidiendo que la más dañina pase. Sin esta capa se producirían graves y evidentes daños en la piel y en los ojos afectando también al sistema inmunológico.
En la década de los años 70, las mediciones de ozono recogían una disminución de la cantidad del mismo en la ozonosfera (se denomina así a la capa de ozono de la atmósfera). Desde años antes, el ser humano liberaba ciertos gases a la atmósfera que, cerca de la superficie son inertes pero, en la ozonosfera, en contacto con fuertes radiaciones, sí reaccionan destruyendo las moléculas de ozono para dar otros elementos.
Los compuestos “destructores” que se señalaron en ese momento son los denominados cloroflourocarbonos, los CFC. Estos son compuestos orgánicos que sustituyen átomos de carbono por átomos de cloro o flúor y comenzaron a comercializarse como gas de refrigeración en neveras y aires acondicionados.
A principios de 1970, pruebas científicas demostraron que los CFC destruyen el ozono a velocidades preocupantes y, la difusión de este conocimiento, puso presión en los gobiernos para tomar medidas. Algunos países prohibieron estos compuestos pero el uso de los mismos había crecido y ya se encontraban también en muchas industrias (envasado, espumas, plásticos, construcción…) y en hogares (en forma de aerosoles).
En 1985 se reveló un agujero enorme sobre la Antártida. La magnitud de la noticia propició todavía más relevancia sobre este tema y provocó que en 1985, durante el Convenio de Viena, se iniciaran las negociaciones para tomar medidas contra estos compuestos. Así, en 1987 se firmó el Acuerdo de Montreal por el que una veintena de países se comprometían a acabar con los CFC produciéndose en el 2009 un hecho histórico: se convirtió en el primer tratado multilateral unánime, es decir, los 197 países reconocidos por la ONU ratificaron el acuerdo. Las medidas que se propusieron han dado sus frutos y la no emisión de estos compuestos consiguió frenar la destrucción de la capa de ozono e impidió que el agujero sobre la Antártida siguiera creciendo.
Pero retornando al negacionismo de la crisis climática, cuando alguien niegue la crisis climática usando la capa de ozono de ejemplo, podemos decir que se dejó de hablar porque ocurrió un acontecimiento histórico que le puso freno.
Pero además, podemos seguir argumentando: el agujero de la capa de ozono sigue ahí y no nos podemos descuidar. En 2020 se registró un máximo histórico del agujero de la Antártida y se descubrió un agujero de dimensiones inesperadas en el Ártico. Los CFC han sido sustituidos por otros compuestos como los HFC y HCFC que, aunque su poder destructor de ozono es mucho mucho menor, siguen reaccionando con el ozono. Pero, aunque las consecuencias de estos otros elementos sobre la capa de ozono por ahora no alarman, sí sabemos que tienen un potencial de calentamiento global mucho mayor que el CO2. Es decir, que todavía seguimos emitiendo destructores de ozono que traen a su lado un problema mayor: el calentamiento global.
En definitiva, si nos encontramos con una conversación en la que alguien no cree que estemos ante una emergencia climática por el contexto que engloba este artículo, recuerda que si no se habla es porque algo hicimos bien en su momento. De hecho, debemos aprender de ello para afrontar problemas sin resolver como son el incremento del efecto invernadero o la pérdida de biodiversidad.
Darío Montes
Fundación Vida Sostenible
Fotografía: Flicker NASA Goddard Space Flight Center
Vicente Soriano __En mi opinion lo que debemos hacer es disminuir drásticamente el consumo energético y no manilpular lo que la naturaleza no da con agrado. Si seguimos así terminaremos comiendo arena en el desierto y eso si el Sol nos deja hacerlo.