La ciudad ahora mismo parece un feo manchurrón grisáceo sobre las teselas de vivos colores de los ecosistemas naturales y rurales. Pero, puesto que vive más gente en las ciudades que en cualquier otra parte, la ciudad es el ecosistema más importante para la humanidad. Menudo panorama, cuatro mil millones de seres humanos atrapados en las horrendas ciudades del siglo XXI, demasiado grandes, demasiado contaminadas, insanas e insostenibles.
Mientras que la naturaleza es perfecta en sí misma, las ciudades parecen un engorro. Una serie de problemas gigantescos diseminados por todo el mundo, del tamaño de los 24 millones de habitantes de Sao Paulo o de los tres millones de Madrid.
Es verdad que hay otra corriente de pensamiento que se podría llamar “modelo Benidorm”. La idea general que esgrime es que, ya que somos mucha gente en nuestro planeta, más vale que vivamos con una cierta concentración, para reducir costes ambientales. Se aduce que Benidorm y su urbanismo ultradenso, con torres de apartamentos de cincuenta plantas, está salvando de la destrucción muchos miles de hectáreas de costa, que si no se pondrían perdidas de chalets y apartamentos dispersos. La verdad es que Benidorm existe y los miles de chalets costeros dispersos también. La ciudad de Madrid (tres millones de personas en apenas 10.000 hectáreas muy densas) necesitaría tener el tamaño de Galicia si todos viviéramos en quintas campestres.
Actualmente, en el mundo de la gran crisis ambiental global, esta polémica no tiene mucho sentido. No podemos borrar de un plumazo a las grandes ciudades. En realidad, las grandes ciudades se están hartando de sus respectivos países, estados y naciones, y exigen un papel político adecuado a su tamaño e importancia. Están tejiendo redes entre la red mundial de ciudades, saltando por encima del actual y absurdo sistema de naciones separadas por fronteras. El aire de la ciudad nos hace libres, decía el proverbio alemán.
Este cambio de rumbo se está notando en muchas iniciativas y sobre todo en un cambio general de consideración del fenómeno urbano. Cosas que antes parecían ciencia ficción ahora son moneda corriente. París tiene un plan para ser “carbono neutral” en 2045. Oslo y Seattle están planificando su abandono de las energías fósiles. Barcelona está organizando sus “superislas”, sin tráfico rodado. Vitoria trabaja en su mapa del clima urbano contra el cambio climático.
No hay una sola ciudad que no esté poniendo en marcha alguna solución original para avanzar hacia la sostenibilidad. Se ha demostrado que las ciudades pueden funcionar con una fracción de su consumo de energía, agua y tal vez incluso materiales, y también que las posibilidades de re-naturalizarlas son enormes, desde creando redes de huertos urbanos y tejados verdes a peatonalizando calles. Las ciudades están dejando de ser el gran problema, ahora son la gran solución.
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