Un nuevo tipo de fósiles se está uniendo a los tradicionales amonites y trilobites de las colecciones científicas y escolares. Se trata de objetos muy corrientes que todos tenemos en casa. Por ejemplo, un bolígrafo BIC desechable, todo de plástico menos una bolita metálica por donde circula la tinta. Este tipo de objetos se han vendido por cientos de millones de unidades desde la década de 1950 y muchos han terminado tirados a la basura. Una vez ahí, se convierten en lo que se llama un tecnofósil, que se puede clasificar lo mismo que se clasifican los fósiles de los seres vivos: clase, plásticos desechables; género, bolígrafos de usar y tirar, especie, bolígrafo BIC, variedad, punta fina o punta normal. Los bolígrafos BIC comenzaron a aparecer en los sedimentos hacia 1960.
Los geólogos se han dado cuenta de que están apareciendo nuevos tipos de rocas, mezclas comprimidas de plásticos, piezas desechadas, residuos mineros y urbanos, fragmentos de metal y otros materiales producidos en masa. A diferencia de los restos arqueológicos conocidos hasta ahora de la actividad humana, que suelen ser inclusiones de objetos en estratos de tierra y rocas, en este caso el estrato completo está formado por los restos de la actividad humana, o al menos repleto de los mismos.
Estas nuevas capas geológicas son las características del Antropoceno, la era en la que nos encontramos ahora, sucesora del Holoceno, que arrancó hace aproximadamente 10.000 años. No hay consenso completo sobre cuándo comenzó el Antropoceno, es decir, cuándo se formó el primero de sus estratos. Muchos apuntan a las huellas de materiales radiactivos que muestran todas las rocas del planeta a partir del comienzo de las pruebas masivas de la bomba atómica por parte de Estados Unidos, la Unión Soviética y otras potencias, a partir de 1950. Más o menos cuando comenzó la venta masiva de bolígrafos desechables.
1950 fue el comienzo de la Gran Aceleración, que multiplicó la producción de artículos de consumo como nunca en la historia humana. Por un lado contribuyó al bienestar de muchas personas, que empezaron a disfrutar de lujos como el agua caliente o la refrigeración de alimentos, pero por otro está dejando un legado fósil abrumador. El CO2 puede ser considerado como un tecnofósil también, que se está acumulando en la atmósfera como los plásticos desechados se acumulan en el suelo y el mar.
Un problema de los tecnofósiles es que, a diferencia de los fósiles de seres vivos, suelen llevar componentes tóxicos o deletéreos en su composición. El ejemplo más abrumador es un tecnofósil deliberado, los almacenes permanentes de residuos radiactivos, que se suponen que pervivirán durante miles de años en el fondo de las minas de sal.
La descomunal acumulación de tecnofósiles tiene un origen general, que es la superproducción de objetos de consumo, y un origen particular para cada tipo de fósil. Las navajas de afeitar tradicionales se usaban a razón de una unidad por persona y vida o más (muchos padres se las traspasaban a sus hijos), y dejaba como residuo para la posteridad una lámina de acero que se oxidaba lentamente y un trozo de madera para el mango, que se fundía fácilmente con la tierra. Las maquinillas para hojas de afeitar desechables dejaban ya un número considerable de hojas de acero tras de sí y sus envoltorios de papel, pero seguían siendo materiales que se oxidaban o compostaban fácilmente. Pero nada comparable a las maquinillas de plástico desechables, de las cuales una persona puede usar en un año más de 50 unidades fácilmente, con un peso total de algo más de un cuarto de kilo. No parece mucho, pero al año se tiran a la basura varios miles de millones de unidades de este tecnofósil tan reconocible, tal vez unas 10.000 toneladas para añadir a la masa de estratos humanos del Antropoceno.
El mismo proceso se ha dado en muchas necesidades humanas. La pluma estilográfica recargable dejaba tras de sí, aparte de su cuerpo (que nadie tiraba a la basura así como así) unos cuantos tinteros de cristal. La proliferación de rotuladores desechables en nuestras casas y oficinas deja muchos millones de tecnofósiles de colores listos para unirse a la acumulación general (*). Lo mismo ocurre con las bolsas y capachos para transportar objetos, las botellas y tarros para envasar alimentos y bebidas y un sinfín de objetos, incluso los teléfonos móviles, los tecnofósiles más recientes y que ya empiezan a proliferar en los estratos geológicos.
El resultado final es que no solamente las aguas, la atmósfera y el suelo están llenos de materiales indeseables, sino que las mismas capas geológicas, la estructura de nuestro planeta, están siendo afectadas. Hasta que nos pongamos en serio con la economía circular, lo mejor que podemos hacer es dejar detrás de nosotros materiales que se fundan fácilmente con la naturaleza (como el acero, el papel o el vidrio) no tecnofósiles extrarresistentes a base de plásticos con aditivos que aguantarán miles de años.
Jesús Alonso Millán
Fotografía: Brett Jordan wn Unsplash
(*) BIC lleva el proyecto «Terracycle» desde hace muchos años, y funciona muy bien, recoge artículos de escritura desechados. En los coles es todo un éxito.
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