Fragmento de la portada de la revista «El Duero y su cuenca» editada por la Confederación Hidrográfica del Duero en 1930.
El mundo ha cambiado, y de qué manera. Aunque parezca mentira, hubo un tiempo en que vivíamos sin smartphones, Facebook, Twitter o Instagram. Esa época remota y primitiva terminó hacia 2008, hace tan solo diez años. Pero hay muchas otras cosas que son sorprendentemente recientes, aunque nos parezcan de toda la vida. Hemos seleccionado unas cuantas que afectan de lleno a nuestra vida cotidiana, a la manera en que utilizamos la energía o el agua, como obtenemos alimentos o información, disponemos nuestros residuos, nos movemos, cómo es el paisaje que contemplamos, incluso cómo respiramos. Se trata de partes de nuestro legado ambiental, a veces una buena herencia y otras tantas una herencia envenenada.
Agua corriente en todos los pisos y aguas (bastante) depuradas
El agua potable que sale por los grifos se hizo habitual hacia 1920, y se consolidó en la década de 1950. Así terminaron milenios de acarrear agua a las casas en cántaras y tinajas. Por el contrario, la depuración de las aguas sucias es mucho más reciente. Arrancó en la década de 1970 y todavía está por completar. En el origen de la enorme red de distribución de agua están un millar de embalses y decenas de millares de pozos (muchos de ellos se utilizan para producir electricidad y para el riego de los cultivos). La construcción de los grandes embalses anegó muchos pueblos y expulsó a unas 100.000 personas de sus hogares. Es una historia poco conocida que tuvo su último capítulo en Riaño, en 1987.
¿Qué ocurrirá en los próximos años?
Hemos heredado un sistema de abastecimiento de agua que funciona razonablemente bien, pero que presta poca atención al consumo eficiente. Por ejemplo, la grifería economizadora todavía está lejos de ser de implantación general. Con la amenaza de la sequía y las restricciones creciente, por culpa de la deriva climática, crecen las iniciativas para usar mejor el agua. Cada vez hay más sistemas casi autosuficientes de recogida de agua de lluvia en los edificios y reciclaje del agua en el interior de las viviendas. Estos sistemas van a ser cada vez más necesarios si queremos seguir disfrutando del agua potable.
25 millones de coches en cientos de miles de kilómetros de carreteras
En 1960 había aproximadamente un millón de coches en España, uno por cada 30 habitantes. Actualmente hay uno por cada dos personas. La motorización comenzó en serio a finales de la década de 1950, cuando comenzaron a funcionar las fábricas de coche de las grandes marcas: Seat, Citröen, Renault, etc. Hasta 1970 no se comenzó a hablar de las Operaciones Salida y Retorno, que actualmente mueven decenas de millones de vehículos en fechas claves. El proceso cruzó el umbral de los cuatro habitantes por vehículo hacia 1985 y luego continuó más pausadamente. La motorización nos ha dejado una herencia de libertad de movimientos por un lado y por otro de millones de toneladas de petróleo quemadas, atascos permanentes y aire sucio en las ciudades. ¿Y cómo se movía la gente antes? Pues caminaban, hacían un uso intensivo de la bicicleta y atestaban el metro y otros medios de transporte público. El auge del transporte por carretera acabó con el dominio del ferrocarril, un medio de transporte mucho más sostenible. En España nunca se pudo construir una red densa de ferrocarril como la que hay en países como Alemania o Inglaterra, y además, desde la década de 1960, se han cerrado muchos kilómetros de líneas “poco rentables”.
¿Qué ocurrirá en los próximos años?
Una visión que se ha hecho popular contempla la sustitución de los 24 millones de vehículos en propiedad que hay en España ahora mismo por uno o dos millones de coches compartidos eléctricos. En las ciudades, es una visión plausible. La sustitución del coche de motor de combustión por el coche eléctrico es todavía muy lenta, se espera un brusco cambio de inflexión dentro de pocos años. Un problema adicional es qué hacer con cuarenta millones de toneladas de coches achatarrados en desuso, equivalentes a toda la primera oleada de motorización del último medio siglo.
Estanterías llenas de alimentos ultraprocesados
Los ultraprocesados eran casi desconocidos en España hasta aproximadamente la década de 1970. Aquí entendemos ultraprocesados como los alimentos fabricados adicionando diferentes ingredientes y aditivos en una fórmula precisa, que proporcionará al final productos muy variados, como pan de molde, dulces, cereales de desayuno, refrescos, precocinados, pizzas, nuggets, etc., etc. La base común de todos estos productos es una mixtura de harina refinada, proteína de soja, aceite de palma refinado y azúcar, dopada con toda clase de aditivos saborizantes, texturizantes, colorantes, etc. La mayoría se pueden comer directamente abriendo el paquete o tras un par de minutos de uso del microondas.
Los ultraprocesados son unos recién llegados a nuestra dieta, los cereales de desayuno, por ejemplo, no eran apenas conocidos hasta la década de 1990.
El auge de los ultraprocesados está dejando una herencia penosa de problemas para la salud de proporciones epidémicas, como la diabetes, asociada al consumo exagerado de azúcar. También ha cambiado completamente la composición de la bolsa de basura, que ahora contiene gran cantidad de envases ligeros (latas, plásticos desechables y bricks) y por ende aumentado los problemas del tratamiento de residuos. También está asociado a un nuevo modelo de comprar alimentos, ir una vez al mes a una gran superficie lejana en coche en vez de hacer la compra casi diaria a pie en los comercios del barrio.
¿Qué pasará ahora?
Hasta tal punto ha crecido la conciencia sobre el peligro de estos alimentos, que a comienzos de 2018 se hizo público el pacto entre la industria alimentaria y la administración para reducir el contenido en azúcar, sal y grasas saturadas de sus productos. Cada vez más personas quieren comer comida de verdad, y no una fórmula sacada de un paquete, pero no parece que se vaya a detener así como así el crecimiento en el consumo de estos productos, que ya suponen cerca de la mitad de la cesta de la compra.
Aire contaminado en las ciudades
Llevamos respirando aire sucio aproximadamente medio siglo. Además de algunos puntos negros industriales muy antiguos, la voz de alarma se dio en las ciudades españolas hacia 1970. Bilbao, Madrid y Barcelona se vieron sumergidas en una atmósfera espesa, una mezcla de partículas de carbón de las calefacciones que usaban este combustible y dióxido de azufre del fuel pesado empleado con el mismo fin. Óxidos de nitrógeno, micropartículas y diversos compuestos orgánicos que salen del tubo de escape de los vehículos contribuían a la mezcla. El carbón y el fuel fueron erradicados, pero la contaminación creada por los coches siguió ahí e incluso empeoró.
¿Qué podemos esperar?
Siendo optimistas, si las ciudades prosiguen su medianamente enérgica campaña para erradicar a los vehículos de motor de combustión y se culmina la eliminación de industrias y calefacciones contaminantes, podemos esperar respirar aire más puro dentro de, digamos, diez años.
Grandes fábricas de carne
La dieta tradicional española, a pesar de esos platos de cordero asado y cochinillo que pueblan los recetarios, ha sido siempre cuasi-vegana, reservando a la carne un papel de complemento de la comida. Eso cambió bruscamente en la década de 1960, cuando se pasó la barrera de 20 kilos por persona y año. Hacia 2000 se tocó techo en esto del consumo de carne, con cerca de 100 kilos por persona y año. Luego el consumo descendió lentamente. Este cambio en la alimentación provocó grandes cambios en el paisaje. Los tradicionales cultivos de trigo retrocedieron, al mismo ritmo que el consumo de pan se reducía. Por el contrario, crecieron los cultivos de alimentos para el ganado, como cebada y maíz, y se importaron grandes cantidades de soja. Los animales , convertidos en máquinas de producción de carne, dejaron de pastar y triscar por el campo y fueron recluidos hacinados en enormes instalaciones, donde miles de animales reciben alimentación artificiosa y medicinas para engordarles lo más rápidamente posible.
La tendencia
Proliferan las empresas que crían animales a la antigua usanza, aunque con todas las ventajas de la moderna veterinaria. Está aumentando con rapidez el número de veganos estrictos, mientras que disminuye el de los amantes del chuletón. Sucesivas normas de bienestar animal y de protección del medio ambiente están haciendo las grandes factorías de carne cada vez más insostenibles. Lo que seguramente será imposible de recuperar serán las variedades autóctonas de ganado.
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