Esta pregunta equivale a decir ¿cómo pasamos de un estilo de vida de “un planeta” a otro de “tres planetas? Actualmente, la huella ecológica media de los ciudadanos españoles ronda esa cifra. Es decir, necesitaríamos tres planetas si todo el mundo tuviera la misma proporción de consumo que la media de nuestro país. Se trata de un proceso largo y complejo, que se ha desarrollado a lo largo de décadas, desde aproximadamente mediados del siglo XX hasta la actualidad.
En términos de cantidades físicas, además de un gran crecimiento del consumo eléctrico (que se ha multiplicado casi por cuatro), aumentó el gasto en combustibles (gasóleo, gasolina, gas natural y gases licuados de petróleo), así como el de carne, leche, alimentos procesados, envases desechables y materiales efímeros como el plástico.
Otra manera de ver el ritmo y el sentido del cambio puede ser echar un vistazo a las distintas mediciones del gasto en dinero de los hogares, que en algunos casos se remontan a 1958, fecha de la primera encuesta de presupuestos familiares.
En términos de gasto de dinero, dos tipos de consumo disminuyen su importancia (alimentos y ropa) y otros dos aumentan su participación (vivienda y gastos anejos y transportes y comunicaciones). Gastamos mucho menos (en porcentaje) en alimentos, pero la huella ecológica de nuestra alimentación ha aumentado mucho, al pasar de estar basada en vegetales y productos frescos a implicar la compra de muchos productos animales y procesados. El gasto en ropa y calzado también se ha reducido, pero adquirimos mucha mayor cantidad de este tipo de productos. El gasto en vivienda y en sus consumibles (especialmente en términos de energía y de equipamientos) también ha aumentado mucho. Y el mayor aumento se da en el gasto en transporte (principalmente por el uso del coche privado) y en telecomunicaciones.
En todos los casos, el proceso incluyó modificar (generalmente acelerando) procesos de producción, en conexión estrecha con nuevos modelos generales de consumo, que implicaron no solo grandes cambios en la huella ecológica personal, sino también el medioambiente general. Pasar de un modelo de “un planeta” a otro de “tres planetas” no se ha podido hacer sin causar grandes transformaciones en nuestro socio-ecosistema y en el paisaje que refleja visualmente estos cambios.
Siguiendo algunas de las preguntas de la encuesta Calcula el tamaño de tu huella ecológica… ¡y aprende cómo hacerla más pequeña!, podemos tener una idea más precisa de los cambios que se han efectuado en el tamaño de nuestra huella.
La vivienda, una oportunidad perdida
De menos de 7 millones de viviendas en España en 1950 se ha pasado a 25 millones en la actualidad, seis de ellos en calidad de viviendas secundarias. Es decir, se ha pasado de un fuerte déficit de vivienda (4 habitantes por unidad) a una saturación del mercado (ahora mismo tocaríamos a 1,9 habitantes por vivienda). La situación ha mejorado en términos generales, con más espacio disponible por ocupante y en general mejores condiciones de habitabilidad. La calidad de la construcción es otra cosa.
El ritmo de construcción se aceleró mucho en la década de 1970 y 1980, con un frenazo relativo en los noventa, y luego, hasta la crisis de 2008, se disparó hasta alcanzar un ritmo de cerca de un millón al año de nuevas viviendas. Hasta 1979 no hubo una norma de calidad general, la NBE-CT-79), aunque con estándares modestos. Pasó más de un cuarto de siglo hasta la implantación del Código Técnico de la Edificación (2007), este ya muy completo y riguroso, y asociado a una gran novedad, la etiqueta energética para la edificación. El rápido ritmo de construcción de viviendas ha contribuido más que ninguna otra circunstancia al cambio del paisaje en todo el país.
La vivienda ha creado la matriz en la que se manifiesta la huella ecológica de los ciudadanos. Su tamaño, localización, accesibilidad, equipamientos, etc., determinan el tamaño del impacto sobre el medioambiente de la vida cotidiana. La mala calidad de construcción, que implica muy baja eficiencia energética y de consumo de agua, así como bajo aislamiento acústico, aumentan mucho la huella ecológica al obligar a consumos elevados de energía para la climatización, y en el peor de los casos conducen a la pobreza energética.
En general, como muestran sucesivas estimaciones y planes de rehabilitación de edificios y viviendas, el potencial de reducción de la huella ecológica y de ahorro económico para las familias con una mejor adecuación de la vivienda es enorme. Recientemente se abren posibilidades incluso de autosuficiencia parcial, con el llamado autoconsumo eléctrico.
Pasos vacilantes hacia la climatización
Las variadas circunstancias climáticas de España, de tipos de vivienda y de condiciones sociales hacen difícil establecer una pauta clara de evolución de la huella ecológica de la climatización. En 1970 el equipamiento en calefacción central era muy bajo, y el aire acondicionado era casi desconocido. No obstante, en zonas rurales de la Meseta central era de amplio uso el hogar alimentado con leña, y en edificios del sureste se conservaban interesantes técnicas de refrigeración pasiva.
La calefacción central estaba reservada a los pisos caros de los buenos barrios. En Madrid, hacia 1970, buena parte de los 15.000 edificios con calefacción central, de carbón por lo general, estaban concentrados en el distrito de Salamanca. La irrupción de la distribución masiva de gas butano, ya desde finales de la década de 1950, cambió la situación. En la década de 1980, la extensión por todo el país de canalizaciones de gas natural aceleró el proceso. La generalización de la calefacción, aunque fuera individual o basada en algunas estufas, aumentó decisivamente la huella ecológica de las familias.
Ya hacia 2000 el aire acondicionado pasó a ser considerado un electrodoméstico imprescindible en buena parte del país, aumentando más el impacto ambiental de la climatización doméstica. El gasto de las familias en la climatización es el más elevado de los consumos energéticos. Corregir el gran derroche creado por la poca eficiencia energética, tanto de los aparatos de calefacción como de la envolvente del edificio, podría reducir drásticamente tanto la factura de las familias como su huella ecológica.
Anuncio publicado en el 25 aniversario de la constitución de Unesa (La Vanguardia, 22 de febrero de 1969).
“Electrodomesticación” o electrificación doméstica
De dos o tres lámparas a entre treinta y cuarenta aparatos eléctricos, incluyendo más de una docena de luminarias. Ese puede ser el resumen de la electrificación doméstica desde mediados del siglo pasado. Entre 1970 y la actualidad el consumo eléctrico se multiplicó por cuatro. La “electrodomesticación” comenzó con los aparatos considerados imprescindibles. En algunos casos fue extraordinariamente rápida: el porcentaje de hogares con televisión pasó de un 1% en 1960 a un 85% en 1973. El frigorífico eléctrico pasó de estar presente en el 42% de los hogares en 1966 a estarlo en el 82% en 1973, según las encuestas FOESSA de esos años. En este caso el antiguo sistema de distribución de hielo para abastecer neveras fue sustituido por la distribución de energía eléctrica.
La lavadora se implantó de manera algo más pausada. Tocadiscos, radios y, en general, electrodomésticos de línea marrón, fueron llenando los huecos. A partir de 1980, el parque de los tres principales electrodomésticos ya estaba completo, y las siguientes compras ya eran para su reposición, por lo general por modelos más grandes. Aunque la eficiencia energética unitaria de los aparatos mejoró –proceso acentuado por la introducción de la etiqueta energética hacia 1995–, el consumo eléctrico siguió aumentando, gracias en parte a la introducción de nuevos aparatos considerados como imprescindibles, como el lavavajillas, el aire acondicionado o el horno de microondas.
El incremento de la huella ecológica no siguió directamente al incremento de consumo eléctrico. En 1970 la mayoría de la electricidad era todavía de origen renovable (hidroeléctrico), pero en la década siguiente se puso en marcha un gran parque de centrales térmicas alimentadas con carbón y petróleo y también de centrales nucleares. Hacia 2010 la huella ecológica del consumo eléctrico comenzó a disminuir, al entrar en servicio cantidades importantes de electricidad renovable, primero eólica y luego también solar, tanto fotovoltaica como termoeléctrica. A esto hay que sumar un brusco descenso del consumo eléctrico entre 2008 y 2014.
Desplazamientos cotidianos
Un anuncio publicado en febrero de 1975 por la CTNE (Compañía Telefónica Nacional de España) asocia las telecomunicaciones con el ahorro de energía. “Una gran parte de sus viajes por ciudad y carretera pueden evitarse usando el teléfono… el ahorro de energía y dinero es considerable”. A pesar de este mensaje, el teletrabajo no existía en 1975, salvo para los periodistas, y el trabajo era obligatoriamente presencial.
A partir de 1970, el aumento extremadamente rápido de las áreas urbanas, a base de islas de elevada densidad mal conectadas, creó demandas difíciles de asumir por el transporte público, la bicicleta o el caminar, el modo universal hasta entonces de desplazarse al trabajo, y creó la demanda que necesitaba la expansión del automóvil privado, convertido en bien de primera necesidad ya hacia 1980.
En este caso la expansión de la huella ecológica derivó de la generalización del uso de una modalidad concreta de transporte, y segmentó el impacto ambiental de los hogares en dos escalones, los provistos de coche y los que no disponían de vehículo privado. Medios de transporte de bajo impacto como el tranvía o la bicicleta desaparecieron de las calles, y costó luego mucho intentar recuperarlos.
Frecuencia de compra
El modelo de compra de artículos de primera necesidad basado en minuciosas negociaciones entre el comprador y el vendedor ya había cambiado mucho en la década de 1970. La estandarización de calidades, el empaquetado y la proliferación de alimentos conservados (poco procesados, en la terminología Nova), como deshidratados, enlatados y congelados (en conexión con frigoríficos provistos de congelador) permitía ya la compra esporádica, con la información necesaria para elegir proporcionada no por el vendedor, sino por el etiquetado correspondiente.
El modelo de coche + arcón congelador permitió incluso el modelo de compra “expedición polar”, una vez al mes o menos. No es fácil determinar las consecuencias para la huella ecológica de este cambio de modelo y frecuencia de compra, pero el modelo esporádico tiene un impacto ambiental superior. Por un lado, se pierde el contacto directo o semidirecto con los productores de alimentos, que proporciona el mercado de proximidad. Los alimentos más lejanos, procesados y empaquetados tienen una huella mayor que los más cercanos y más frescos. Por último, la estandarización de calidades y la producción masiva disminuyen la biodiversidad agropecuaria.
Consumo de agua
Siempre ha resultado sorprendente que un país seco como la mayor parte de España carezca sin embargo, en su mayor parte, de una cultura de trato cuidadoso del agua. El enorme déficit de abastecimiento que arrastraba el país, con dotaciones inferiores a 50 litros por habitante y día, y muchas localidades sin canalizaciones de distribución ni alcantarillado, se fue solucionando y hacia 1980 el abastecimiento de agua potable a domicilio era bastante completo, aunque no el saneamiento, que era casi inexistente incluso en ciudades grandes.
Entre 1980 y 2000 la situación insostenible de las aguas residuales urbanas y las dos fuertes sequías de comienzos de la década de 1980 y 1990 modificaron la situación, en general en buena dirección y por ende hacia la reducción de la huella ecológica de los hogares. El consumo por persona, que había llegado a niveles exagerados en torno a los 300 o 400 litros por persona y día (en parte debido a los bajos precios del agua) se moderó y quedó en unos 150-200 litros o menos. La depuración de aguas residuales se acometió con decisión en algunas zonas, no en todas, y hubo que pagarla, no sin conflictos cuando el recibo del agua comenzó a reflejar este nuevo gasto. Lo que no ocurrió fue la generalización de la fontanería economizadora.
Logos tóxicos
El arsenal para limpiezas a fondo es muy antiguo, e incluye sustancias muy peligrosas como el salfumán (ácido clorhídrico) o la lejía (hipoclorito de sodio). Este arsenal muy limitado se unía a una gran cantidad de trabajo físico para conseguir los niveles adecuados de limpieza. El gran cambio se ha dado en la variedad de productos de limpieza y mantenimiento de la casa, incluyendo toda clase de productos especializados, como insecticidas o ambientadores. Nuevos electrodomésticos requieren también nuevos productos. Dos ejemplos son el abrillantador de lavavajillas, que suele contener conservantes con actividad mortífera para cualquier bacteria o microorganismo y que puede causar irritación de la piel, o el suavizante de ropa para usar en la lavadora, que también contiene sustancias irritantes, como la benzisotiazolinona. Esta acumulación de consumibles domésticos en el armario de la limpieza supone un incremento no desdeñable de nuestra huella ecológica.
Plásticos, envases y separación selectiva
Todavía hacia 1960 los plásticos eran todavía una novedad, usada en tejidos como el tergal o en muebles como la formica, pero no se conocían todavía apenas las bolsas ni los envases desechables de material plástico. Las primeras bolsas de plástico se repartieron en ferias y eventos hacia 1960, junto con abanicos de cartón y otra parafernalia festiva, como una curiosidad más.
Una serie de materiales suplían al plástico. Se hacía mucho uso del papel, principalmente de periódico o de estraza. Con papel se hacían cucuruchos que cumplían la función de las actuales bolsas de plástico. Para materiales muy húmedos o grasientos, se usaba (y se usa todavía) papel encerado.
El vidrio era otro material muy usado, en forma de botellas rellenables que funcionaban por el sistema de devolución y retorno. En general, la función que ahora hace el plástico o el cartón de bebidas (que también contiene plástico) la hacían entonces los envases de vidrio, la mayoría retornables e incluso rellenables in situ, junto con una variedad de papeles resistentes, saquitos de tela, cajas de madera y por supuesto latas y cajas de hojalata.
Como resultado, cada persona producía al día una media de entre un cuarto y medio kilo de basura, compuesta en su mayoría por materia orgánica incomestible (huesos, raspas, mondas y tronchos de verduras), ceniza de las llamadas cocinas económicas, trapos, botellas y latas vacías.
A lo largo de las décadas de 1970 y hasta 1980, cuando se completó el proceso, las bolsas de plástico, el film plástico o de aluminio, las bandejas de poliespán, las cajas y blísteres de plástico, etc. sustituyeron a las diferentes formas de envolver las compras cotidianas con diferentes tipos de papel y cartón. A medida que crecía el consumo de envases efímeros, la producción de residuos domésticos cambió radicalmente en volumen (aproximadamente 1,5 kg diarios) y en composición, con mucha mayor proporción de plásticos, papel y cartón y rechazo y menor de materia orgánica.
Fue hacia 1990 cuando comenzó la separación selectiva de esta creciente avalancha de residuos. Comenzó el proceso el vidrio, con sus característicos iglús, y luego, muy poco a poco, siguieron los demás materiales. Hacia 2010 comenzó más en serio el intento de reducir los residuos procedentes de envases desechables. Cobrar por las bolsas de plástico efímeras fue muy importante para reducir a la mitad su número en pocos años.
Carnivorismo y veganismo
Sobre un nivel tradicional muy bajo, en torno a los 20-15 kg por persona y año, y muy centrado en especies como ovejas, cabras y terneras, se pasó en poco tiempo a un consumo máximo, hacia el año 2000, de unos 80 kg de carne por persona y año, y este consumo a base principalmente de cerdo y aves. Esto no se pudo hacer sin grandes cambios en el sistema agropecuario, que pasó de producir carne de manera marginal, casi como un subproducto de la actividad agrícola, a producirla como actividad central, criando a los animales a base de piensos industriales, lo que a su vez no se pudo hacer sin cultivar o importar gran cantidad de materias primas como el maíz o la soja.
La leche siguió un proceso paralelo, tras la decisión de crear grandes centrales lecheras ya en la década de 1950. En este caso su consumo de base (para adultos sanos) era todavía menor que el de carne. Tanto la carne como la leche, tras máximos de consumo alcanzados entre 1990 y 2000, comenzaron un largo declive. En el caso de la leche, se palió en gran parte gracias a un gran aumento del consumo de derivados lácteos (postres, yogures, etc.). Este es un caso de libro de aumento de la huella ecológica: se necesita mucho más terreno para producir un kilo de carne que para producir un kilo de verdura o de trigo.
Imagen: Ofertas de la cadena Aurrerá. La Vanguardia, 26 de febrero de 1972.
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