A pesar de su inocente aspecto, esta máquina soltará por el tubo de escape muchos kilos de sustancias tóxicas a lo largo de su vida útil.

 

Entre unas cosas y otras, lo de sobrellevar de un coche con motor zombi es cada vez más difícil. Los coches zombis son los de gasolina o gasóleo, que circulan por las calles como muertos vivientes, expulsando humo tóxico por el tubo de escape. Su fin se ha decretado desde hace décadas, ayer mismo la Unión Europea estableció un nuevo objetivo de “reducción de emisiones”, pero ahí siguen, rodando por las calles en una  especie de agonía tecnológica sin final. Mientras tanto, el combustible que utilizan sube de precio, le quitan la subvención al gasóleo, no les dejan pasar a las ciudades en caso de episodio de contaminación, la ITV se endurece, etcétera.

En resumen: la antigua benevolencia hacia el coche-zombi ha desaparecido. Ahora el automóvil de motor de explosión se ve cada vez más como un elemento siniestro y negativo. Le obligan a llevar marcas distintivas de grados de peligrosidad (todas las “pegatinas ambientales” de la DGT excepto la “Cero-Azul” ), y si no las lleva es peor, se convierte en un coche apestado al que no dejarán entrar en ningún sitio. Es lo que llaman los medios de comunicación la guerra contra el coche.

Así que ha llegado la hora de desconectar, de dejar atrás el coche zombi, al que le teníamos cariño pero que se ha convertido en un engorro, y dedicarnos a otra cosa. Esa decisión multiplicará nuestro tiempo libre, pero también puede ser un problema. ¿Cómo iremos a trabajar, de vacaciones, a visitar a amigos y parientes, al médico, o de compras?

En principio parece una misión imposible. Pero puede que no lo sea tanto, si examinamos detalladamente nuestras opciones. La idea general es diversificar nuestro transporte. Se trata de utilizar para cada tipo de desplazamiento la opción más adecuada. Hay que tener en cuenta, además, que dispondremos del dinero que ya no tendremos que gastar en cuidar de nuestro viejo y humeante vehículo.

Caminar es la primera opción a considerar. Y lo primero que conviene hacer es considerarla una opción de transporte como otra cualquiera, muy adecuada para distancias de hasta dos kilómetros (entre 15 y 20 minutos) y factible en distancias de hasta 5 km (unos tres cuartos de hora). Según donde vivas, un radio de dos o cuatro kilómetros puede poner gran parte de la ciudad a tu alcance.

La bicicleta es la siguiente opción importante. Aquí ya hablamos de un radio de 10 o 15 km sin problemas (unos  15 minutos) extensible fácilmente a 30 o más. Si usamos bicicleta eléctrica, la distancia puede aumentar y la comodidad aumenta. En esta categoría estarían los numerosos artilugios de transporte que se pueden ver en la calles: patinetes, segways, ruedas urbanas, etc. Y las bicicletas compartidas, públicas o privadas.

(Las dos opciones de atrás tienen una ventaja: harás que vayas menos al médico. Caminar o montar en bici es lo que mejor que puede hacer un cuerpo-escombro para mejorar su salud).

Una categoría, los vehículos eléctricos ligeros urbanos, es todavía poco conocida. Son verdaderos coches, de tres o cuatro ruedas, muy ligeros, pero ya con asiento, volante y protección contra el mal tiempo. No obstante, todavía no hay un modelo en el mercado que se haya hecho popular. Pero el concepto es interesante, el coche ultraligero reducido al mínimo, muy barato y capaz de funcionar bien en viajes cotidianos. Aquí se puede ver un ejemplo.

El transporte público viene a continuación. Los últimos años presenta tendencias contradictorias: vehículos cada vez más modernos y cada vez más tecnología (por ejemplo apps que te permiten dejar de perder tiempo esperando el autobús). Por otro lado las frecuencias son todavía insuficientes en muchos trayectos y a veces las redes de transporte público no son lo bastante densas como para ofrecer un servicio cómodo. También es verdad que cuanto más lo usemos, mejor será el transporte público, al crearse una especie de círculo virtuoso: más demanda > más recursos > más calidad > más demanda > …

Por último habría que hablar del transporte híbrido entre lo público y lo privado: coches compartidos, taxi, “uber” diversos, etc. El problema aquí es el precio y la disponibilidad. Los precios son competitivos si ya no tenemos que pagar el cuidado del coche (unos 20 céntimos por minuto, todo incluido) y la disponibilidad es muy grande y creciente en ciudades de cierto tamaño, donde ya empiezan a coincidir varias redes públicas y privadas de coches y motos, por lo general eléctricos. El problema es utilizar este tipo de vehículos en municipios de la periferia urbana, donde ahora mismo son inexistentes.

La ruta al trabajo es el problema principal de transporte para mucha gente, pero al ser un trayecto muy repetido a intervalos muy regulares es fácil de organizar si se juntan para hacerlo varios trabajadores. Esto se puede hacer de manera completamente informal, compartiendo coche y gastos simplemente, o ya mediante rutas de empresa establecidas, y entre medio hay muchas fórmulas.

Hay muchas personas que realmente no pueden prescindir de su coche zombi y tienen que seguir usándolo, a pesar de su coste y engorro creciente, pero muchas otras podrán vivir mejor y ahorrar dinero sacando partido de la oferta de transporte disponible, que cada vez es más variada y accesible. ¡El  plan de desconexión del coche-zombi es posible!

Jesús Alonso Millán

Publicado originalmente en el blog El ciudadano autosuficiente, del diario Público

 

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