Un cartel de motores diésel de Georges Yoldjoglou (1933) Gallica (clic en la imagen para verla completa)
Te acabas de comprar un SUV de categoría. Te sientes como el capitán Kirk a los mandos del Enterprise. Todo va bien hasta que, de repente, te das cuenta de la horrible verdad: te acabas de comprar un coche de motor diésel y estamos en el año 2018.
Solamente en Europa, una rápida búsqueda en Google proporciona esta lista de algunos de los sitios a donde no podrás ir: Atenas, Barcelona, Berlín, Bruselas, Copenhague, Dusseldorf, Estocolmo, Formentera, Ginebra, Helsinki, Islas Baleares, Lisboa, Madrid, Oslo, París, Roma, Stuttgart. Todas estas ciudades o territorios han impuesto o están a punto de imponer severas restricciones a la circulación diésel en diferentes modalidades: por antigüedad de los vehículos, según si llevan o no la pegatina de bajas emisiones, solamente en el centro urbano o en zonas más extensas, si se paga o no una tasa especial, etc. Pero el resultado final es el mismo: a comienzos de 2018 la lista de lugares vedados o próximamente vedados a los coches diésel es interminable. El año que viene será más fácil hacer la lista de los territorios que todavía permiten el acceso a los coches diésel sin restricciones.
Ante este panorama, ¿cuál es la respuesta de los principales fabricantes? Toyota se cura en salud y ha decidido dar el volantazo hacia el coche de bajas emisiones. Los demás muestran diferentes grados de reticencia, en general no quieren dejar de fabricar coches de motor diésel ni de gasolina.
Los gobiernos están en general de acuerdo con los fabricantes. En España, por ejemplo, los impuestos al gasóleo de automoción son todavía muy bajos, a pesar de las admoniciones de la Unión Europea para que se suban los llamados impuestos verdes. El gobierno alemán no puede dejar de proteger a su poderosa industria automovilística, que incluye al mayor fabricante de coches del mundo, Volkswagen. Pero la reciente decisión de la justicia alemana de dar por buenas las prohibiciones municipales de coches diésel está generando inquietud en expertos y trabajadores de la industria alemana del automóvil, que denuncian un empecinamiento en una tecnología obsoleta que no augura nada bueno para las ventas y el empleo.
¿Y qué pasa con los ciudadanos que necesitan transporte privado? Pues están atrapados entre una industria que no les ofrece lo que necesitan –un coche eléctrico de 15.000 € y 500 km de autonomía– y una ciudad cada vez más hostil a lo que sí les ofrece la industria a buen precio, coches de motor térmico diésel o de gasolina. Parece que estamos llegando al punto de ruptura: o las ciudades se echan atrás (cosa poco probable, puesto que los conductores suelen ser minoría) o la industria echa la llave al sepulcro del Cid de la automoción, el motor diésel o de gasolina.
Jesús Alonso Millán
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