Para el medio ambiente
En las últimas décadas la producción de alimentos ha aumentado su dependencia del uso de combustibles fósiles. Así una gran parte de nuestros alimentos proceden de miles de kilómetros de distancia y han dejado de tener “su temporada” para ser posible encontrarlos, frescos, casi todo el año. En estas últimas décadas también la dieta ha tendido a ser más alta en alimentos de origen animal.
Por otro lado, la industria de producción y distribución ha elevado el grado de empaquetado con plásticos a niveles a veces ridículos: frutas a las que se les ha quitado su envoltorio natural (su piel) para envolverlas en plásticos; pequeños trozos de queso envueltos en su envoltorio de origen que, a su vez, son envueltos en film para ser colocados en una bandeja de poliespan desproporcionadamente grande con su respectiva cubierta de film; productos empaquetados individualmente que vienen dentro de otra bolsa de plástico, etc.
Cambiar a una dieta sostenible tiene, por lo tanto, muchas ventajas para nuestros ecosistemas. Comiendo local estaremos reduciendo los kilómetros (y por lo tanto las emisiones de gases de efecto invernadero) que requieren los alimentos para llegar hasta nuestra casa. De la misma manera, al comer de temporada estaremos también reduciendo las emisiones: significa que no se han tenido que generar las condiciones artificialmente (con el consecuente gasto de energía) o que no se han tenido que recolectar a miles de kilómetros, donde la climatología si era la adecuada, para llegar hasta nuestros frigoríficos.
Un alto impacto de nuestra alimentación está relacionado con el consumo de carne. La ganadería intensiva supone una gran emisión de gases de efecto invernadero. El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) estimó que el 12% de las emisiones en España proceden de la ganadería. Pero la ganadería intensiva afecta a nuestra atmósfera de otra manera no tan directa: la deforestación. Grandes superficies de bosques y selvas se están eliminando para implantar campos de cultivo (generalmente de soja) para producir piensos para las millones de cabezas de ganado que viven en explotaciones ganaderas. La deforestación ha llegado a tal punto que la Amazonía ya no es un sumidero de CO2, ha dejado de ser “el pulmón” terrestre del planeta.
La pérdida de superficie forestal y selvática no solo implica perder una aliada para tener un aire más limpio, también implica la pérdida de biodiversidad. Por lo tanto, ser conscientes de nuestro consumo de alimentos de origen animal, reducirlo a cantidades recomendadas y buscar los que tengan una garantía de sostenibilidad (ganadería extensiva, trashumante, ecológica, etc.) supone reducir la contaminación a la atmósfera y al suelo, así como aliarnos con la biodiversidad y el mantenimiento de los pulmones terrestres del planeta.
De la misma manera los productos de pesca también están teniendo grandes y perjudiciales impactos: sobrepesca que pone en peligro de extinción especies, destrucción del fondo marino con la pesca de arrastre, pérdida de hábitats vitales como los manglares para la crianza de gambas, pérdida de biodiversidad por la captura especies no comercializables que acaban devueltas al mar, alta generación de residuos que van directamente al mar, etc. Todo esto lleva asociado una pérdida de la biodiversidad y un descenso de los recursos de pesca.
También debemos tener en cuenta la pérdida de energía según ascendemos en la cadena trófica o alimentaria. Aquí tienes una entrada de cómo funciona pero, dicho de una manera sencilla, según subimos en la pirámide alimentaria, más energía se ha perdido por el camino para los funcionamientos fisiológicos del ser vivo en cuestión. Por poner un ejemplo, hablemos de los atunes. Estos están muy arriba en la cadena trófica comiéndose a otros peces que, a su vez, comen otros peces más pequeños que comen fitoplancton que, para alimentarse, comen microalgas. Por ello, en términos de energía, 1 kg de atún en nuestra mesa, equivaldría a 10 kg de, por ejemplo, bacalao que, a su vez, equivale a 100 kg de arenques, que equivalen a 1.000 kg de zooplancton que equivale a 10.000 kg de algas. En el proceso de ir subiendo un escalón en la cadena alimentaria, solo un 10% de la energía pasa a un nivel superior. El 90% restante es energía que se ha utilizado en la digestión, respiración o movimiento de los propios peces. Por esto, podríamos decir que es energéticamente más eficiente consumir alimentos de los escalones bajos de las cadenas alimentarias.
Para la salud
Uno de los puntos fundamentales de la alimentación sostenible es el consumo de alimentos frescos y de temporada. Si llevamos una alimentación basada en este tipo de alimentos estaremos evitando el consumo de azúcares y grasas saturadas características de los alimentos ultraprocesados. Se ha demostrado que estos elementos son tremendamente perjudiciales para la salud y están detrás del aumento en los casos de diabetes, obesidad o enfermedades cardiacas, entre otras.
Aun así es importante que sepamos diferenciar los alimentos ultraprocesados de los procesados. Alimentos como el queso, las sardinas en conserva o los encurtidos como las aceitunas, son alimentos que han sufrido una transformación, en la mayor parte de los casos, heredada de la necesidad de facilitar la conservación de estos alimentos cuando no se contaba con frigoríficos y redes de transporte y distribución eficientes, pero no están considerados dañinos para la salud.
Otro de los puntos por los que se caracteriza la dieta sostenible es la menor presencia de carne. Como ocurre con los ultraprocesados, un alto consumo de carne –especialmente de carnes rojas– está asociado a enfermedades cardiovasculares. Es importante recordar que la ganadería extensiva tiene beneficios para el medio ambiente, y ayuda a conservar espacios naturales. Por ello en las dietas sostenibles la clave es comer menos carne y de mejor calidad.
Sí además de apostar por estos alimentos apostamos por aquellos producidos a través de manejos ecológicos y agroecológicos, estaremos apostando por nuestra salud general, ya que la calidad del aire, el agua, los suelos y la biodiversidad será mayor, y lo que es sano para el planeta lo es también para nosotros.
Para tu bolsillo
Existe en el imaginario colectivo la idea de que los productos sostenibles son más caros. Y no vamos a engañarnos: entendemos por qué es así. De hecho, en los lugares más comunes de compra, sigue siendo una realidad para los productos “eco” según un informe de la OCU de 2021. Pero no es recomendable pensar en esa lógica como algo fijo e inamovible. Al fin y al cabo, la tesitura de producción actual facilita que estos productos denominados ecológicos sean más caros. Por un lado, la transición hacia modelos más sostenibles de producción implica una inversión para modificar los actuales. Modelos que son pruebas, produciendo menores cantidades lo que hace que, por economías de escala, la unidad de producto sea más cara. Eso sí, a la larga, la experiencia y los costes de escala deberían verse reflejados en una bajada de los precios. Por otro lado, la sostenibilidad se usa como una ventaja competitiva. La mejora de la imagen hacia el consumidor es utilizada como una oportunidad para subir el precio añadiendo más consistencia a la idea de que lo sostenible es más caro.
Pero pensemos con diferente lógica. Ya hemos visto los beneficios que tiene una dieta equilibrada y sostenible para la salud. Dicho de otra manera, la alimentación sostenible tiene un carácter sanitario preventivo y esto se traduce en potenciales ahorros: cuánto mejor tengamos nuestra salud, menos necesidad tendremos de comprar medicamentos, complementos de nutrientes extras, materiales específicos para huesos, articulaciones, etc.
Este efecto es doble si consideramos que una producción sostenible de los alimentos aumenta la biodiversidad (indicador de salud del entorno) y la cantidad de bosques y selvas a la vez que reduce la contaminación de suelos, aguas y atmósfera con los consecuentes beneficios para nuestra salud.
Volviendo al supermercado o establecimiento donde adquirimos nuestros alimentos, pensemos también en lógica “local y de temporada”. A veces, muchos de los productos “sostenibles” vienen de lejos. Y, la gran mayoría de las personas sabemos que los productos son más baratos en la época en la que están de temporada. Por lo tanto, al comprar productos locales y de temporada, estaremos reduciendo la cantidad de kilómetros que viajan los alimentos, la cantidad de energía que se requiere para producirlos y el número de intermediarios. Es decir, estaremos adquiriendo productos con menores costes que los que han sido producidos a miles de kilómetros.
Otra cuestión pertinente que relaciona el modelo actual de consumo y la economía son las estrategias de los supermercados para que compremos más. Existen muchas técnicas para incentivar la adquisición de más cantidad de productos de los que necesitaríamos. Productos que luego acabarán en la basura. Por ello, comprando menos pero de mayor calidad, planificando la compra, podemos llegar a ahorrar y quitarnos el consecuente malestar que se siente cuando tiramos alimentos a la basura.
Y como última reflexión sobre los ahorros en materia de alimentación sostenible, están los envases. Actualmente estamos pagando un dinero por los envases que, después de un solo uso, van a la basura. Pero existen opciones de llevar tu propio envase y comprar productos a granel. O, en algunos países, existen los Sistemas de Retorno de Envases. Estos sistemas se basan en una especie de “alquiler” de los envases ya que al comprar el producto, existe la oportunidad de devolver el envase vacío y que te compensen la cuantía económica correspondiente de dicho contenedor.
En definitiva, la realidad nos impide afirmar que los productos sostenibles son más baratos. Pero las lógicas de reducir kilómetros, energía y envases y consumir lo necesario nos invitan a pensar que si no son más baratos, los productos sostenibles deberían costar más o menos lo mismo. Para ello, solo falta terminar la transición a una producción alimentaria no basada en el uso excesivo de combustibles fósiles y que se deje de explotar la imagen de responsabilidad medioambiental como ventaja competitiva. Y si no crees que sea así, espérate al siguiente verano y ve a comprar tomates directamente a un productor ecológico rural, es decir, a tu vecina de al lado de la casa de tu pueblo.
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