Fotografía: Karsten Würth en Unsplash
Cada vez escuchamos con más frecuencia palabras como “sostenibilidad”, “protección del medio ambiente”, “energías renovables”, “movilidad sostenible”, etc. Esto puede ser un indicador de que, poco a poco, el mundo y la sociedad está cambiando, avanzando hacia modelos económicos y sociales más equilibrados y sostenibles a largo plazo. Pero, ¿cuál es la realidad detrás de esta novedosa jerga? ¿Se están haciendo progresos, o es solamente una impresión?
Cada vez son más los gobiernos que implementan medidas y planes de actuación para combatir el cambio climático, evitar la degradación de los ecosistemas y regular los impactos derivados de nuestra mera existencia. Un buen ejemplo en este sentido es la Unión Europea, que a través de distintos reglamentos y directivas está siendo capaz de movilizar a los 27 países que la conforman a tomar cartas en materia de medio ambiente. Sin embargo, cada país se involucra en mayor o menor medida, siendo (por lo general) aquellos con mayor renta per cápita los más respetuosos con su entorno (por ejemplo: Dinamarca, Suiza, Finlandia y Alemania).
Un buen reflejo del grado de progreso realizado en este aspecto, es echar un vistazo y comparar los los datos presentes y pasados de producción y consumo de energía, generación de residuos, porcentaje de renovables, tasa de reciclaje, etc. Para hacernos una idea, en el año 1990 se consumieron en España un total de 56.286 ktep de energía, mientras que en el año 2018 se consumieron un total de 86.883 ktep de energía (energía final), un aumento del 54,35% respecto a 1990. Sin embargo, durante este intervalo de tiempo (28 años) el aumento en el consumo no ha sido lineal. Desde 1990, el consumo energético ha ido aumentando rápidamente hasta alcanzar su pico en 2007, año en el cual se consumieron un total de 98.480 ktep de energía, representando un aumento en el consumo del 74,9% desde 1990. Desde entonces (2007), el consumo ha ido progresivamente disminuyendo hasta 2014 (79.419 ktep), punto de inflexión a partir del cual ha vuelto a aumentar el consumo hasta la actualidad.
¿Qué nos dice esto? Lo que realmente nos dice es que el consumo depende, entre otros factores, de la economía. Si la economía va bien, el consumo tiende a aumentar y viceversa. En relación a los datos previamente mencionados de consumo, parece que el comienzo de su descenso pudo verse propiciado por la crisis económica de 2008, la cual afectó gravemente a la economía española y que se dio por concluida en 2014. Esto explicaría el menor consumo durante este intervalo de tiempo (2008-2014) y el aumento de este a partir del 2014. Aunque desde 2014 comenzó de nuevo el ascenso en el consumo, no lo ha hecho de una forma brusca, de hecho, en 2018 se consumieron 8.000 ktep menos que en el 2007, lo que puede ser fruto de una mayor eficiencia en la gestión energética.
La procedencia de la energía también ha cambiado en los últimos años, viéndose un importante descenso en el uso del carbón y un gran aumento en el consumo eléctrico y de gas natural. El uso de energías renovables ha aumentado considerablemente, ya que en el año 2019 aproximadamente el 37% de la energía eléctrica producida en España fue de origen renovable. Pero ojo, esto se refiere a la energía producida, que es mucho menor que la que se consume, ya que España es un país altamente dependiente energéticamente, es decir, importa la mayor parte de la energía de otros países. A pesar de ello, la tasa de dependencia energética parece que está disminuyendo a lo largo de los años, pasando de un 80% de dependencia en 2007 a un 72% en 2016. Si nos comparamos con otros países pertenecientes a la UE, el porcentaje de renovables respecto del consumo final de energía (es decir, lo que aportan las renovables dentro del consumo energético final, no solamente la producción nacional) es del 17,3%, justo en la media de los países europeos.
Dentro del sector energético, parece que todavía queda mucho por mejorar, aunque se pueden apreciar algunos cambios respecto a años anteriores, como son el aumento de las energías renovables y el descenso de las emisiones de efecto invernadero (un 25% menos que en 2005). Otro factor importante para alcanzar la sostenibilidad es llevar a cabo una adecuada gestión de los residuos. Realmente esto es un reflejo del consumo y, en la mayoría de países desarrollados, existe un cierto problema en este aspecto llamado consumismo. Para llevar a cabo una adecuada gestión de residuos, se debe priorizar su gestión según el siguiente orden jerárquico: prevenir (la producción de residuos), reutilizar (p.e. ropa de tu hermano o hermana), reciclar (dar una segunda vida, aunque requiere de una transformación, p.e. las botellas de plástico), valorización (sacar partido a materiales que puedan ser útiles o usarlo como combustible para producir energía) y eliminación (si nada de lo anterior es posible, se elimina o deposita en vertedero). Comparando la producción de residuos domésticos entre los años 2005y 2017, dicha producción ha disminuido aproximadamente un 14%, siendo la mayor parte de estos residuos (casi el 80%) pertenecientes a la mezcla de residuos municipales.
Del total de 22.017.864 toneladas de residuos municipales generados en 2017 en España, el 51,2% fue enterrado en vertedero, el 18,3% fue reciclado, el 17,8% se destinó a compostaje y el 12,7% restante se sometió a incineración (forma de valorización energética). Volviendo al anterior párrafo, ¿realmente es adecuada la gestión que se está haciendo? Según la jerarquía que he mencionado antes (presente en el artículo 8 de la Ley 22/2011 de residuos y suelos contaminados), el último escalón es la eliminación o depósito en vertedero, porcentaje que representó más de la mitad del total de residuos generados. A la vista de los resultados, parece que queda mucho camino por recorrer en este aspecto. No obstante, se debe tener en cuenta que no se han encontrado datos de una “tasa de reutilización”, siendo este un destino de los residuos más apropiado incluso que el reciclaje.
Otro factor influyente en el camino hacia la sostenibilidad es el aspecto político y social, es decir, qué medidas se ejecutan a escala cotidiana y qué cambios sociales genera. El valorar si estos cambios son suficientes o no, es más complicado que en el caso de la energía o los residuos, ya que estos últimos son fácilmente medibles. Bajo mi percepción, sí que se pueden observar grandes cambios en la vida cotidiana, enfocados a una mejora de calidad ambiental y en el camino hacia la sostenibilidad en general. Hace unos pocos años, era raro encontrarse por la calle con un coche 100% eléctrico, a día de hoy es relativamente normal en una ciudad medianamente grande (a pesar de que todavía hay muy pocos matriculados). Más de lo mismo con el carsharing, aparecieron hace unos pocos años en las grandes ciudades (Car2go, Emov, Zity, etc.) y parece que han llegado para quedarse. Es un buen servicio, a un precio más que razonable, cómodo y 100% eléctrico.
Y no solamente coches, también bicicletas, motos y patinetes; todos ellos eléctricos. Otro claro ejemplo es la aparición de protocolos anticontaminación en las grandes ciudades, como es el caso de Madrid Central, que prohíben la entrada a la ciudad a aquellos vehículos potencialmente más contaminantes. Fuera del sector del transporte también hay cambios, por ejemplo, la prohibición de “regalar” las bolsas de plástico (que obliga a los vendedores a cobrar por ellas) o la prohibición para 2021 de la venta de ciertos plásticos de un solo uso (pajitas, bastoncillos, cubiertos de plástico, etc.). Incluso hay cambios dentro del sector empresarial, como se puede observar con la creciente demanda de productos Eco y Bio, el ecoetiquetado y productos en general respetuosos con el medio ambiente.
En conclusión, se están tomando medidas y se están produciendo cambios. ¿Son suficientes? Bajo mi punto de vista, no lo son. Estos cambios (hacia la sostenibilidad) avanzan a un ritmo muy por debajo del que deberían llevar en comparación con la velocidad a la que estamos degradando el planeta. Esto significa que, o bien hacemos un esfuerzo adicional y compensamos la falta de avances en el pasado, o no llegaremos a cumplir las metas propuestas, con todo lo que ello supondrá.
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