117 grados. Esa fue la temperatura que alcanzó el 20 de junio de 2017 el aeropuerto McCarran de Las Vegas, Nevada, Estados Unidos. Son grados Fahrenheit, pero incluso traducidos a centígrados la cifra asusta: 47,2 ºC. Entonces comenzaron los problemas. Con esa temperatura, el aeropuerto de Las Vegas se convirtió en un aeropuerto Hot & High (caliente y/o elevado) y algunos vuelos debieron ser cancelados. El aire muy caliente es menos denso y ofrece menos sustentación que el aire frío, y muchos aviones pueden quedarse cortos de potencia para despegar.
Tal y como avanzan verano tras verano las altas temperaturas, cada vez más aeropuertos estadounidenses (y del resto del mundo) se van a ver afectados por este problema, que puede suponer un golpe muy duro al transporte aéreo. Pero tal vez esta noticia sea una bendición para acelerar la lucha contra el cambio climático.
Podemos imaginar el avión presidencial, el Air Force One, aterrizando en algún aeropuerto de los Estados Unidos, haciendo noche en la ciudad –el presidente suele dormir en la residencia del gobernador del Estado– y luego, a media mañana del día siguiente, intentando despegar sin conseguirlo. Es indudable que el regreso de la comitiva presidencial a Washington por tierra sería una noticia de alcance, y haría reflexionar a muchos. “Vaya, parece que esto del cambio climático puede ser verdad… y este problema no podemos solucionarlo poniendo a más potencia el aire acondicionado. ¿Qué hacemos quemando petróleo tan tranquilos? ”
Pasó algo muy parecido a mediados de la década de 1980. Según se cuenta, en algún momento los mapas oficiales de extensión del agujero de la capa de ozono ártica mostraron cómo su borde sur había llegado a la ciudad de Washington, azotando los letales rayos ultravioleta a la mismísima Casa Blanca. Aquello fue determinante. En 1987 se firmó el protocolo de Montreal para frenar la fabricación y uso de gases CFC y otros dañinos para el ozono troposférico, y las medidas han funcionado, o al menos en la prensa ya casi no se habla de lo que fue el tema estrella del medio ambiente mundial durante muchos años.
Pues ahora puede ocurrir algo parecido. Hasta ahora los dañinos efectos del calentamiento global afectaban sobre todo a la gente con menos recursos, incapaces de pagar una buena instalación refrigerante. Pero ahora, cuando el fenómeno de los aeropuertos Altos y Cálidos se extienda por todo el mundo occidental, serán las personas de más recursos las más afectadas, y eso puede cambiar las cosas.
Es verdad que los CFC y similares eran una parte pequeña del Complejo Financiero-Industrial, mientras que el petróleo es su puntal y soporte principal. Pero incluso en este caso el impulso político decidido, como pasó con la capa de ozono, puede ser determinante. Podemos imaginar al presidente de los Estados Unidos, tras un incómodo viaje de regreso a Washington por tierra, llamando por teléfono al resto de líderes mundiales para proponerles un plan de energía sostenible mucho más ambicioso que el de París.
Hasta aquí el cuento de hadas. Otro posible final de la historia es que todos los aviones de pasajeros sean dotados de sistemas JATO o RATO (Jet / Rocket Assisted Take-Off, despegue asistido por reactores o cohetes) en que estos artefactos proporcionan a los aviones potencia extra para despegar cuando el aire es demasiado cálido. Será otro caso de adaptación al cambio climático a base de fuerza bruta.
No es por romper tu fantasia, pero para aeropuertos que van a ser mas calidos de lo esperado cuando se disenaron, lo unico necesario es alargar algo la pista, nada extravagante.