La mayoría de los conductores europeos (el 54%, según una reciente encuesta a 9.000 de ellos) declaran que no llevarían a desconocidos en su vehículo. Es la confirmación oficial de la muerte del autostop, que era la versión espontánea y silvestre del coche compartido. El autostop tuvo su edad de oro en España hacia 1970, cuando no todo el mundo tenía coche pero se viajaba casi tanto como ahora.
La gente que quería ir de Madrid a Coruña simplemente se echaba a la carretera, ponía el dedo y esperaba ver qué le deparaba el azar. La cultura autoestopista general garantizaba una tasa de recogidas bastante razonable. Se deba por supuesto que no habría pago alguno, solamente conversación, ya veces ni eso, como en el chiste “Pues no pues no, y bájese del coche que es mío”.
Con sus inevitables peligros e inconvenientes, el sistema funcionaba y era completamente sostenible (aunque entonces nadie se preocupó de detallar sus ventajas ecológicas): el autostop ahorraba combustible, reducía la tasa de accidentes (bastantes conductores cogían a autostopistas para que les dieran conversación y les ayudaran a mantenerse despiertos al volante) y contribuía al bienestar y la felicidad general, tanto de conductores como de viajeros a pie.
Esta edad de oro del autostop desapareció por varias causas: todo el mundo tiene coche, el miedo a los desconocidos ha aumentado, las autovías y autopistas no se pueden usar para parar coches, etc.
El ocaso del autostopismo coincide con el auge del coche compartido, en sus muchas variantes. A diferencia del autostopismo, estas nuevas maneras de compartir coche son más formales, se hacen vía app de móvil y están respaldadas por empresas. Incluso tienen modalidades especiales de seguro. Están creciendo mucho porque permiten ahorrar mucho dinero en los trayectos a las personas que las utilizan, tanto a los conductores que comparten su coche como a las personas que se suben al vehículo. También tienen muchas virtudes ecológicas, que ahora sí que se examinan con detalle, por ejemplo el número de toneladas de CO2 que se evita lanzar a la atmósfera, etc.
Sería estupendo que este auge del coche compartido “formal” se combinara con un retorno del coche compartido “informal”, es decir del autostop. Implicaría una sociedad deseosa de compartir, con dinero y app de por medio, o bien de manera completamente espontánea, a elegir. Es la misma cultura de apoyo mutuo vecinal que hacía que la gente considerara natural pedir sal o azúcar al vecino, o la taladradora. Ahora eso también se hace, vía app.
Lo previsible es que la costumbre de la compartición mediante aplicaciones para teléfonos móviles crezca sin cesar, organizando una cultura menos basada en la propiedad de las cosas, y más en su uso cuando se necesitan. Y con la enorme ventaja de evitar vecinos chismosos y entrometidos. ¿Quién dice que el progreso no es bueno?
Un bonito artículo. Muchas gracias.