Desde hace décadas se plantea la necesidad de tener acceso a energía de manera regular y asequible. Ahora es más evidente nuestra dependencia energética: para cubrir desde derechos básicos (energía para transportar y refrigerar nuestros alimentos o calentar nuestras viviendas) hasta aspectos, por decirlo suave, no tan básicos (como abrelatas eléctricos o pantallas sobredimensionadas).
El aumento de energía primaria producida y consumida ha ido en aumento y así se espera que siga ocurriendo en las próximas décadas. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), en 2019 se produjeron 14.488 Megatoneladas equivalentes de petróleo al año. Eso equivale a casi 115 veces lo que se consume en España al año. Teniendo en cuenta que el 87% de dicha energía es de origen fósil, claramente se ve que tenemos que actuar sobre nuestro consumo energético. ¿Y cuál es el objetivo? Pongamos que sea el ambicioso plan de Net Zero Emissions de la AIE. ¿Cómo nos afectarán esos cambios en el 2050?
Para empezar, las energías renovables serían la comidilla de todo el mundo. En nuestra cultura de encuentros alrededor de una mesa será mucho más común hablar de energías renovables. Tu tía que estuvo en Asturias nos contará su tour por el complejo minero que ya provee a todo un municipio de energía geotérmica con calefacción distrital. Un amigo dirá que la planta de energía mareomatriz de Guipúzcoa también es espectacular, y que tiene ganas de saber si en algún lugar de España tienen plantas mareomotrices con molinos. En esa comida a lo mejor nadie sabrá si existen, pero sí saben a ciencia cierta que en Mallorca usan la energía de las olas.
Sabremos de energías renovables porque todas las personas presentes tendremos en nuestra casa. La energía solar no estará solo en las placas de los tejados sino también en nuestras ventanas. Los molinos de viento no serán cosa de los paisajes rurales sino que se encontrarán integrados en nuestros edificios, tanto a gran escala como a pequeña. Además, no habrá problemas de abastecimiento porque las poblaciones aisladas estarán surtidas de avanzadas baterías de almacenamiento de energía y existirán por toda la geografía comunidades energéticas locales: habremos pasado de un modelo de abastecimiento energético procedente de energías fósiles y gestionada por pocos y grandes entes a un sistema de producción in situ descentralizado. Gracias a estas comunidades, el suministro energético estará más democratizado y garantizará el derecho de acceso a la energía. Quizás en esa comida una de tus primas que ostenta la presidencia de su comunidad energética, comentará que justo la semana pasada pudieron ayudar a unos vecinos del barrio que se habían quedado sin suministros por unas averías. Su comunidad les aportó la energía sobrante producida.
También habrán cambiado cosas de nuestro comportamiento. Para empezar, todas las personas de la mesa estarán térmicamente muy cómodas. Tendremos asumido que la casa en invierno no estará a más de 20ºC e iremos preparadas con la vestimenta adecuada. En verano, igual, con una temperatura que no bajará de los 26ºC. Y todo eso con poco esfuerzo energético. En 2050, la gran mayoría de edificios antiguos contarán con Sistemas de Aislamiento Térmico Exterior (SATE) y buenas ventanas aislantes. Por otro lado, los nuevos edificios serán de consumo casi nulo.
El menú será más eficiente. En vez de comer productos que han requerido de mucha energía para ser transportados desde muy lejos o para crear condiciones de ambiente no acordes a la época del año, nuestras comidas volverán a ser a base de una dieta local y de temporada. Así, el cumpleaños del hermano que nació en verano ya no solo será una celebración por la edad sino que celebraremos el festín anual del tomate. En el cumple de la hermana que nació en invierno, en cambio, serán las setas el ingrediente estrella. A lo mejor algo de tomate hay, eso sí, será de las conservas que hicimos en verano. Así, en las celebraciones ante una mesa, nos daremos homenajes gracias a los regalos de cada estación.
Antes de tomarnos el café de comercio justo, aprovecharemos el viaje a la cocina para recoger la mesa, y los platos irán directamente al lavavajillas. Los platos no serán desechables. Y nada de aclarado con agua caliente antes. Eso gasta agua y energía y los lavavajillas son ahora de una eficiencia superior.
Y tras unas horas agradables con tu gente cercana, nos despedimos y nos iremos a nuestra casa. Si la casa está en una gran ciudad, nadie –o casi nadie– cogeremos el coche. Si lo hacemos, serán coches eléctricos del tipo carsharing. El resto usaremos bicicletas, patinetes, metro, etc. Ya nadie usa el coche de combustión privado para moverse por la ciudad. Saben que, aunque los coches ya no emitan tanta contaminación hay que optimizar la energía: es un bien vital y finito. Así que cogerán el metro hasta el parking de las afueras donde tienen el coche.
En cambio, sí que habrá coches eléctricos en la puerta de las casas más aisladas respecto a transportes alternativos. Eso sí, no habrá uno por núcleo familiar. Por ejemplo, tu tío que pasa por tu casa te dejará y desde ahí, con un pequeño desvío de 10 minutos, dejará a otra amiga de la familia. Esta idea de que cada persona vaya con su coche cuando hay posibilidad de compartir está estigmatizada. Es un derroche.
Y así, con la eficiencia energética atravesandonos en nuestro día a día, con una legislación que haya facilitado la transición energética y con una industria comprometida con la economía circular será como, por fin, llegaremos al 2050 con emisiones netas de carbono nulas.
Darío Montes
Imagen: Fundación Nuestro Mar
La lucha contra el cambio climático es el gran desafío de la humanidad en el siglo XXI, y el cambio necesario hacia una economía basada en energías renovables, limpias y y sostenibles.