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La seguridad alimentaria, desde el punto de vista de la salud y el medio ambiente es un tema candente hoy en día y que está en boca de todos. Ante el enorme impacto que genera la agricultura, la ganadería y la sobreexplotación llevada a cabo sobre nuestros océanos con el fin de saciar la cada vez mayor población de nuestro planeta, una solución podría pasar por incluir de forma habitual en nuestra dieta esos organismos invertebrados terrestres comúnmente llamados “bichos”.
En algunos rincones de nuestro planeta, esta práctica ya está totalmente integrada desde hace tiempo. Como en el este del continente asiático, donde la entomofagia es una costumbre típica sobre todo en países como China, Tailandia y Taiwán, cuya variedad gastronómica de insectos se sitúa entre las 200 y 300 especies. En la India se consumen entre 100 y 200 tipos diferentes de insectos. Sin embargo, no son estos los países donde más bichos se consumen, siendo el campeón México, en donde se han incorporado a la dieta más de 300 especies diferentes. Otras zonas donde la entomofagia es habitual son Sudamérica (destacando Ecuador), el sur de África, el archipiélago malayo y Australia.
En el lado contrario, en América del Norte (exceptuando México) y Europa esta costumbre apenas está arraigada.
Entre los más consumidos están en primer lugar los coleópteros (escarabajos) 31%, seguidos de los lepidópteros (orugas) 18%, himenópteros (abejas, avispas y hormigas) 14%, los ortópteros (saltamontes, langostas y grillos) 13% y los hemípteros (cigarras, cochinillas y chinches) 10%. Las moscas, mosquitos, libélulas, termitas etc. representan un porcentaje más pequeño.
¿Por qué no nos decidimos? Aunque nuestros antepasados ya los comían, hoy en día los insectos están vistos entre la sociedad desarrollada como seres repugnantes, asquerosos y poco apetecibles. A pesar de que a simple vista el aspecto de una gamba no es mucho más apetecible que el de una cucaracha, la primera es considerada un manjar y no falla en la mesa de un gran número de hogares y restaurantes, sobre todo en días señalados de celebración. Son cuestiones de costumbres y cultura, que tal vez podrían evolucionar hacia el lado de los insectos, como también ocurre con el caso de los caracoles, considerados también manjares a pesar de su aspecto baboso.
¿Por qué comerlos? La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) elaboró en el año 2013 un informe sobre la contribución de los insectos a la seguridad alimentaria, en donde se puso de manifiesto las numerosas ventajas que supondría tanto para la salud, el medio ambiente y la sociedad.
Desde el punto de vista ambiental, son muy eficientes a la hora de convertir la masa del alimento que ingieren en masa corporal. En promedio, 2 kg de alimento se convierten en 1 kg de insecto, mientras que el ganado demanda 8 kg de alimento para aumentar 1 kg de peso corporal. Producen menor cantidad de gases de efecto invernadero por kg de peso, pueden alimentarse de residuos biológicos y convertirlos en proteínas de alta calidad, producen pocas sustancias de desecho y residuos, necesitan menos agua y la necesidad de tierra disponible para su producción es mucho menor.
Para la salud comer insectos puede aportar también una serie de beneficios, ya que no tienen grasas “trans” y aportan una gran cantidad de proteínas (aproximadamente un 75% de su peso seco) y nutrientes de alta calidad en comparación con la carne y el pescado. Contienen una gran cantidad de ácidos grasos poliinsaturados, similares al omega 3 del pescado azul y son ricos en fibra y micronutrientes como hierro, manganeso, fósforo, cinc, etc.
Hay que añadir que no se ha constatado que exista un elevado riesgo de transmisión de enfermedades del insecto al humano, siempre y cuando no vayamos con la boca abierta ingiriendo cualquier bicho silvestre.
Además, no se necesitan inversiones importantes ni medios técnicos muy sofisticados para la cría y recolección, pueden suponer nuevas oportunidades empresariales y pueden ser utilizados también como alimento para los animales domésticos (sobre todo pollos y gallinas) y para elaborar harinas y pastas.
En definitiva, comer insectos podría convertirse en una cultura que se expandiese por todo el mundo y que podría suponer una solución para salvar nuestro agobiado planeta de nuestra cada vez mayor demanda de alimento. Siempre y cuando se lleve a cabo de forma responsable, cosa que a la especie humana parece que le cuesta especialmente.
Alberto Ruiz Sáiz