Fotografía: Jacek Dylag on Unsplash
El ser humano es capaz de aguantar varias semanas sin comer, pero no mucho más de tres o cuatro días sin beber agua. Esto lo convierte en un pilar fundamental para nuestra supervivencia, pero no solo eso, también la empleamos para asearnos, limpiar nuestra ropa, nuestros platos, regar las plantas, para cocinar, y un largo etcétera. Pero, ¿cómo llega a nuestras casas?
A estas alturas todos conocemos el ciclo del agua, en el que debido a la influencia del sol (o de una fuente de calor) el agua se evapora ascendiendo en estado gaseoso a la atmósfera, donde puede viajar miles de kilómetros y, cuando el aire se satura, el agua condensa y precipita alimentando los ríos, mares, acuíferos y demás masas de agua. Como captar el agua en estado gaseoso y situada a kilómetros de altura no suena tarea fácil, se ha optado por obtenerla una vez llega a la superficie terrestre. Por tanto, la primera fase es la de captación del agua, pudiendo provenir tanto de aguas superficiales, aguas subterráneas o agua salobre, marina por lo general.
Las aguas superficiales son las más visibles y generalmente las que mayor volumen de agua aportan, procediendo principalmente de embalses y ríos. Para su captación se suele recurrir a la construcción de presas, las cuales son grandes muros, generalmente a base de hormigón armado, que se ubican en zonas con importantes aportes hídricos y son capaces de retener grandes volúmenes de agua. Son grandes reservorios de agua “seminaturales”, que en función de la necesidad del momento permiten la libre circulación del agua o la retienen, teniendo que respetar en este último caso un aporte hídrico mínimo para evitar la degradación del río aguas abajo, el caudal ecológico. Como es evidente, generan diversos impactos ecológicos (p.e. la acumulación de sedimentos y la alteración reproductiva de algunas especies de peces que suben aguas arriba durante la época reproductiva, entre otros).
Las aguas subterráneas, son capaces de acumular grandes volúmenes de agua sin la necesidad de la construcción de grandes infraestructuras, al contrario que en la captación de aguas superficiales mediante presas y embalses. Si no hay surgencias naturales (que no suele ser el caso), se realiza una perforación en el subsuelo hasta llegar al nivel deseado del acuífero, a partir del cual ya se puede extraer el agua. Los acuíferos suelen ser de vital importancia, más aún en climas áridos en donde las aguas superficiales se evaporan e infiltran rápidamente, aunque generalmente con las lluvias se volvería a reponer el agua del acuífero.
Pero en muchas ocasiones su uso indiscriminado conlleva su sobreexplotación, lo cual puede generar una contaminación del agua retenida, colapsos e impermeabilización del acuífero: al desaparecer el agua se pueden provocar hundimientos y que hacer que se compacten los poros del terreno. Esto lo impermeabilizaría y no se podría volver a rellenar. El último método de captación, consiste en la desalación del agua de mar, la cual es una alternativa más que viable en zonas costeras, aunque tiene el inconveniente de consumir mucha electricidad y generar residuos salinos y tóxicos para la fauna y flora si no son tratados adecuadamente.
Una vez se ha captado el agua, esta debe someterse a distintos procesos de tratamiento para potabilizarla y hacerla apta para su consumo. Esta segunda etapa (la de tratamiento), tiene lugar en las Estaciones de Tratamiento de Agua Potable, mejor conocidas como ETAP, en donde se somete a distintos tratamientos fisicoquímicos. El primer tratamiento suele ser un desbaste inicial, que no es más que una rejilla que retiene los materiales de mayor tamaño. A continuación, se somete a un proceso de decantación, en el que debido a la diferencia de densidad algunos materiales se sedimentan en el fondo y otros flotan en superficie, facilitando su extracción. Para facilitar este tratamiento se suele recurrir a floculantes, los cuales favorecen la formación de agregados de las partículas en suspensión facilitando su eliminación. El siguiente paso es la filtración, en donde se hace pasar el agua por un medio poroso (generalmente de arena y carbón activo) que retiene las partículas más pequeñas. Por último se desinfecta el agua para eliminar a los microorganismos presentes, generalmente se utiliza cloro.
La siguiente fase es su almacenamiento y distribución. Esta fase tiene cierta complejidad, ya que el agua debe recorrer grandes distancias hasta las zonas de consumo y traspasar las diferencias de cota del terreno, lo cual en la mayoría de ocasiones requiere de un bombeo. El almacenamiento tiene lugar en grandes depósitos distribuidos a lo largo del territorio que, mediante una extensa red de tuberías, conectan finalmente con las viviendas. Es frecuente encontrar depósitos de agua elevados (también llamados “torres de agua”), a unos 10 o 20 metros por encima del suelo. Esto permite que el agua adquiera una mayor presión (por la fuerza del agua situada en elevación), permitiendo a su vez que esta tenga la suficiente fuerza para llegar directamente hasta los hogares. Sin embargo, previamente se debe bombear el agua hasta la altura a la que se encuentre el depósito. Desde los depósitos, el agua es bombeada a través de las tuberías para que llegue a nuestra casa a una determinada presión. Generalmente estas tuberías que transportan el agua potable circulan a una mayor cota que las de agua residual con la finalidad de evitar una posible contaminación en caso de fuga.
En función de dónde vivamos, el abastecimiento de agua en nuestra casa puede estar cubierto por distintos organismo o entidades, aunque la más extendida es que la demanda esté cubierta por un organismo público al que se le paga en función del gasto de agua. Para saber el gasto exacto de agua consumida están los contadores, pudiendo ser analógicos (de aguja) o digitales. Saber interpretarlos es muy sencillo, y puede servir para calcular nuestro gasto mensual y ponernos el objetivo de reducirlo. Los contadores digitales marcan directamente el volumen de agua consumido en un único panel. Sin embargo, en los analógicos encontraremos distintas esferas con un marcador que va del 0 al 9. Para leerlo, se debe ir apuntando la secuencia numérica empezando por el marcador de “x1000”, siguiendo al de “x100”, “x10” y “x1” (si marca entre dos números, se cogerá el de menor valor). Al final debería quedar un número de 4 cifras, por ejemplo, 1379 metros cúbicos. Anotando el número que marca principios de mes y anotando el de final de mes, haciendo una simple resta entre el marcador final y el inicial sabremos el gasto de agua que hemos tenido. Además, también nos puede servir para identificar posibles fugas, por lo que aprender algo tan básico sólamente tiene ventajas.
Como hemos visto, la gestión y abastecimiento del agua, a parte de fundamental, es un procedimiento costoso, complejo y laborioso. Es por ello que está en nuestra obligación como consumidores hacer un adecuado uso de este bien tan preciado.
Las tuberías de los sistemas de agua municipales a menudo desarrollan una capa de biopelícula que puede dificultar que el cloro elimine eficazmente los gérmenes y las bacterias.
Durante el tratamiento, el cloro también puede combinarse con materia orgánica natural en el agua para formar subproductos de desinfección (DBP) que pueden tener efectos negativos para la salud después de una exposición regular a largo plazo.
Además, la cloración afecta el sabor y el olor de nuestra agua, y también puede causar irritación en la piel de las personas con alta sensibilidad.