Evalúa el comportamiento térmico de tu vivienda
Lo primero que deberíamos saber es cómo de aislada está nuestra vivienda.
La cantidad de superficie de nuestros muros en contacto con el exterior hará que la vivienda esté más expuesta o menos expuesta. Por ejemplo, si se trata de un piso interior, embutido en el interior de un edificio, las otras viviendas nos protegerán del frío exterior en invierno y del calor del verano. Por el contrario, un ático o último piso puede ser muy frío en invierno y muy cálido en verano.
La antigüedad de nuestros edificios también dice mucho: los edificios antiguos, construidos antes de 1900, suelen tener muros gruesos, lo que reduce las pérdidas de calor o de frío. Por el contrario, los edificios construidos a partir de 1950 (hasta casi 1990) tuvieron como premisa la reducción de materiales y costes. Por lo tanto estaremos hablando de bajo o muy bajo aislamiento
Las grandes superficies acristaladas orientadas al sol nos calientan en invierno, pero crean un efecto invernadero en verano que elevará mucho la temperatura.
Vigila la ventilación
Naturalmente, debemos tener en cuenta la necesidad de ventilar la vivienda. Es necesario renovar el aire, pero, por lo general, basta con unos pocos minutos. En invierno, hazlo antes de poner la calefacción y en verano, aprovecha las noches para ventilar la casa.
Hay que tener en cuenta que puertas y ventanas son los puntos más débiles de la casa. El calor se escapa con rapidez por el marco de una puerta mal ajustada, o a través de los cristales convencionales de las ventanas de pocos milímetros de espesor.
Otras buenas prácticas
Debes sacar partido de persianas y cortinas. Bien cerradas, evitarán que se escape el calor en invierno y que entre el calor en verano.
Ten en cuenta que el aislamiento va de la mano con la climatización. Por ello, te recomendamos que entres en Climatización.
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