Un influencer detecta una tendencia de las buenas (por ejemplo, una boina de color amarillo con tres borlas azules) y se la pasa instantáneamente a la empresa para la que trabaja, la cual pone en la calle el producto, por millones, en cuestión de veinte minutos, lo que se tarda en poner en marcha la batería de impresoras textiles 3D del sótano de las tiendas que tiene repartidas por todo el planeta. Media hora después del mensaje del influencer las calles de todas las ciudades del planeta están llenas de personas con boinas de color amarillo y tres borlas azules. La competencia no descansa y saca quince minutos después millones de unidades de un tricornio de colores con textura de lana, y así sucesivamente.
Es un día cualquiera, y la industria textil anegaba el planeta con millones de toneladas de prendas de ropa, como de costumbre. Cuando los armarios reventaron y la ropa ya no cupo en las casas, la gente comenzó a tirar ropa a la basura, mucha ropa. Hay que tener en cuenta que un día normal, una persona podía comprar diez o doce unidades de ropa, moda y complementos, un total de dos o tres kilos de algodón, lana, material sintético y otros. Una ciudad se declaró zona catastrófica cuando descubrió que los residuos de ropa habían colapsado por completo las calles, alcantarillas y edificios. Llamaron a la Unidad Militar de Emergencias, que llegó con sus excavadoras y lanzallamas. El alcalde decidió evacuar la ciudad al día siguiente…
Esta historia está próxima a ocurrir, tal vez dentro de diez años. La moda se ha desatado. En 2017 se advirtió de la aparición de firmas de la modalidad UltraFast Fashion (UFF, Moda Ultrarrápida) como boohoo.com, ASOS, Missguided. Estas empresas son capaces de poner en la calle prendas nuevas en un plazo de dos semanas, incluyendo el diseño, fabricación y distribución. Recogen las tendencias en redes sociales. Zara tarda cinco semanas, una lentitud inaceptable, mientras que H&M necesita un mínimo de 24. Este sistema funciona sustituyendo toda la colección completa de las tiendas en un plazo cada vez más breve, dando a los compradores un estímulo siempre fresco. Los consumidores no pueden dejar de comprar las interesantes novedades y se acostumbran a hacerlo con cada vez más frecuencia. La producción textil se ha duplicado en quince años.
De manera que las prendas de ropa y complementos se van acumulando en armarios y cajas de cartón en las casas y terminan por ser un engorro y ser enviadas a la basura. La ropa de segunda mano ha sido tradicionalmente un mercado secundario bien organizado, pero nadie sabe qué hacer con esta avalancha de residuos textiles. Ya no se habla de ropa usada, sino de decenas de millones de toneladas de ropa de mala calidad desechada, con mucho poliéster incorporado, lo que hace difícil su reutilización y reciclaje. La tradicional canalización de la ropa usada hacia mercados secundarios en África ya no funciona, estos países no quieren basura textil y prefieren comprar la ropa nueva en China.
Así que, tras la comida basura, llega la ropa basura. Prendas de mala calidad, mezclas de poliéster con algodón y otras fibras, vendidas a un precio ridículo y que se venden en masa, por millones de unidades, simultáneamente en todo el mundo. La solución esgrimida generalmente es pasar de la FF (Fast Fashion) a la SF (Slow Fashion), prendas de buena calidad hechas con materiales nobles, bien elaborados en fábricas donde se paguen buenos sueldos y no se trate a los trabajadores como material desechable.
¿Imposible? Todo depende de si las grandes firmas piensan que se puede ganar dinero con este nuevo modelo de negocio. Ahora mismo el modelo FF y UFF funciona, la industria textil gana dinero a espuertas y cada año gana más. Las iniciativas de sostenibilidad de las grandes marcas no salen de lanzar algunas colecciones (una ínfima parte de las ventas) “eco”, a base de algodón orgánico y “fibras respetuosas con el medio ambiente” (sic). Otras permiten entregar en sus tiendas piezas de ropa usada. En general, la industria textil está a miles de millas de distancia de la economía circular, a pesar de algunas iniciativas como la instalación de 2.000 contenedores para ropa que prometió Inditex el año pasado.
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